No sé silbar. Por supuesto, crecí en los 80 así que me sé la teoría al dedillo: «Pon la boca así como si fueras a beber, ve soplando el aire poco a poco y a la vez, sale tu silbido y ya no hay nada que temer». Pero, tras décadas intentándolo, hago un mínimo sonido, absolutamente imperceptible desde fuera de mi habitación y, como intente aumentarlo, aunque sea un decibelio, lo que sale no es silbido, sino babas, babas por doquier. Así que permitidme la licencia de que, en caso de peligro, siga tirando de marcar el 112.

Y esta es la explicación de por qué hoy podría sumarse a los muchos días en que no tengo absolutamente nada que celebrar, porque, por cierto, hoy 27 de julio es el 'Día Mundial del silbido'. Pues sí, de todo hay en la viña del Señor, cómo no iba a haber un día dedicado al silbido si hasta hay un Campeonato Mundial del Silbido. Ni de recogepelotas me dejarían participar en tan magno acontecimiento.

Pues silbar no, pero como lo que sí se me da, pero que muy bien, es darle vueltas a las cosas, mi cabecita empezó a volar esta mañana hasta aquellos silbidos de antaño que significaban '¡Guapa!' y que ahora son una especie extinta. Cayeron como daño colateral en aquello de reprimir los improperios callejeros, ya que se confundían los límites de un buen piropo a un «¡Te comería con ropa y todo, aunque estuviera una semana cagando trapos!», que te gritaban aunque tuvieras quince años. Más adelante volveré a las ordinarieces alrededor de un silbido, pero antes quiero ilustrar el buen uso del registro vocal más alto de la voz humana. Un silbido en espacio abierto puede llegar a alcanzar hasta los 8 kilómetros. A sabiendas, ha sido utilizado a lo largo de la historia como un eficaz medio de comunicación. Un ejemplo conocido es el silbo gomero, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad desde 2009. Los silbadores, a falta de teléfono y con mucho monte de por medio, eran capaces de decirse cualquier cosa, utilizando la boca como caja de resonancia y con el idioma reducido a solo dos vocales y cuatro consonantes que les alcanzaban, no obstante, a representar todo el lenguaje. Vamos, lo que sería el equivalente actual a un adolescente whatsapp en mano.

En Ibiza y Formentera teníamos un primo lejano del silbo gomero: Fer un uc, del català aücar; fer fugir amb crits (espantar, hacer huir a gritos) y del que rinde buena cuenta el monumento de Es Verro en Sant Antoni. Allí, un payés con las manos a modo de amplificador, se dispone a gritarle al mundo: « Iatuuu, ayayayay», o algo muy parecido, y que antiguamente se utilizaba para llamarse entre fincas, saludarse, o incluso avisar de un peligro, y con el tiempo ha quedado reducido a divertimento en las fiestas.

Pero hay quien eleva el silbido a categoría de arte. Geert Chatrou, un holandés pecoso de aspecto inofensivo es tricampeón mundial y concertista. Debe el éxito en su nueva carrera profesional a una disputa de cuñados, después de que la hermana de su mujer le dijera en una sobremesa en Nochebuena que «ya estaba bien de silbiditos». Con lo que queda demostrado que nunca es tarde para encontrar la verdadera vocación y que el 'mal del cuñado' no conoce fronteras.

Pero si el lector piensa que el anecdotario colectivo sobre el silbido no puede dar mucho más de sí, que se pida otro café, porque esto mejora por momentos. La que escribe, como es inocente y de buena familia, tiene asociado al silbido una canción de Mocedades, banda sonora de 'La vuelta al mundo en 80 días de Willy Fog'. Sin embargo, como melodía silbada por excelencia, coincidiréis conmigo en que supera a la serie de dibujos animados, 'El puente sobre el río Kwai', que dio a conocer mundialmente la 'Marcha del Coronel Bogey' del director de banda del ejército británico F. J. Ricketts y que era muy popular entre los soldados de artillería durante la II Guerra Mundial. La viuda de Ricketts solo consintió a la versión silbada de la marcha para la película, negándose a ceder los derechos de la letra por lo malsonante de la misma que dice así: «Hitler solo tiene un huevo, el otro está en el Albert Hall, Göring tiene dos pero muy pequeños, a Himmler le pasa algo similar, pero el pobre viejo Goebbels no tiene nada de nada».

En cuanto al argumento de la misma ¡qué os puedo decir! Ya los propios alemanes rumoreaban que «Nadie sale a conquistar Polonia a menos que le falte algo en casa» y, según narran los más serios biógrafos, «Se cree que el mismo Hitler padecía dos anomalías genitales: un testículo no descendido y una rara condición denominada hipospadias, por la que la abertura del pene se ubica en algún lugar de la parte inferior». Había que mantener la moral de las tropas bien alta a costa de quien fuera y hay que reconocer que los chismes sobre el Führer lo pusieron a huevo.

Pero no quisiera dejar al lector con mal sabor de boca ni terminar este soliloquio sin tender la mano a quienes, como yo, no sepan silbar (sea por la rara condición que sea). La verdad es que hoy sí podemos celebrar algo, si queremos. También es el 'Día mundial de hablar con un desconocido en un ascensor'. Palabrita del niño Jesús. La conocida compañía Thyssenkrupp Elevator lo propuso tras realizar un estudio que reveló que en el mundo se realizan una media de 7000 viajes en ascensor al día, pero dos tercios de las personas que suben o bajan, no hablan entre ellos. La compañía quería con esta iniciativa invitar a los viajeros a aprovechar para entablar una conversación. Podemos empezar con un: «Pues no sé a usted, pero a mí lo de silbar se me da fatal». Por ejemplo.

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