Contaba Christian Handersen que la sirenita anhelaba tanto vivir fuera del mar que vendió lo más preciado que tenía: su voz, a cambio de un par de piernas. Tardé lo que se tarda en llegar a tierra firme para comprobar que, a nosotros, los de las islas, nos sucede justo al contrario: estamos a 'esto' de vender cualquier cosa por tener branquias.

Que nadie se equivoque, soy feliz, muy feliz donde quiera que echo raíces ¡pero soy de Ibiza! Y eso se nota „lo he comprobado„ en el gesto, en la postura y especialmente, en esa necesidad de mar difícil de comprender para quien no ha nacido rodeado de azules. «Qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo» cantaba Serrat delatando „y nosotros le entendemos„ su «alma de marinero».

Así que, llego por unos días, a veces literalmente escapando del asfalto, y amerizo -mucho más que aterrizar- y quienes me conocen me llevan con la urgencia que mi cuerpo requiere, cuanto menos, a tomar algo frente al mar. Como si fuera una de esas ballenas varadas en la orilla que catorce locos se empeñan en voltear para devolverla a su elemento antes de que muera de secano.

Estos días, con una habilidad impropia de mí, he logrado esquivar los picos más altos de la ola de calor de Madrid para ir a Ibiza, justo antes de que los picos más altos de la ola de calor -que sospecho me perseguían, pero soy más rápida- se os llevaran por delante. Entre reuniones y encuentros, por supuesto, playa. Como si de una escena erótica de Hollywood se tratara, iba lanzando la ropa con frenesí, dejando un reguero de prendas a mi paso para llegar prácticamente en cueros -y qué más da- de un salto dentro del agua. Soy una yonqui y se me nota. Soy una yonqui y me encanta.

Y ya en remojo, con las neuronas rehidratadas, pensaba que nuestro ADN debe ser distinto. Y nuestra densidad ósea. Y nuestro PH. Y hasta nuestra composición química a la fuerza ha de contar con más cloruro de sodio, potasio, yodo y manganeso que la de la gente de ciudad. A saber. Quizá por eso caminan más deprisa. Y pensaba con las yemas ya arrugadas que soy una canción de Quique González toda bañada en salitre (aunque el título de 'Salitre 48' no viniera, cual sirenita, del mar, sino de la calle asfaltada en que vivía en Lavapiés).

Y salgo a navegar rodeada de grandes amigos, y practicamos ese deporte nacional de los domingos que no es el fútbol ¡por supuesto que no! Sino comer paella a la sombra de las sabinas en un chiringuito, y brindo, y nado, y buceo y casi, casi, siento que mi piel se va calmando al recuperar sus oligoelementos. Y en un momento dado, en la popa de un barco, mirando el mar, me pregunta Paco en qué estoy pensando y yo, que mirad que soy de palabras, tengo que hacer un esfuerzo por codificar pensamientos y sensaciones en sonidos, pero le cuento que, en el mar, el mar, el mar. En que desde que no vivo aquí, acumulo (egoístamente) en la retina el color azul para tirar de él hasta que vuelva, y luego, ya esta pirada de la comunicación que llevo dentro, le habla de todo el tiempo que trabajé para el Náutico de Palma, y en él, en regatas tan importantes como la Copa del Rey de Vela. Le hablo de aquel empeño en acercar la regata al pueblo, porque para muchos no era más que una inmensa molestia: la ciudad llena hasta la bandera, el despliegue de seguridad y las calles cortadas que incomodaban el día a día de la vida a la gente de a pie. ¡Pero la regata era una maravilla! Aunque para disfrutarla había que ir a alta mar, que es lo mismo que navegar y por supuesto, no estaba al alcance de todos. Pero es algo, estoy convencida, de que todos deberíamos vivir, aunque fuera una vez en la vida.

Y pensaba que teníamos que disfrutar del mar aún más allá de nuestras maravillosas orillas: ir en velero, yate, o en la zodiac de un vecino (que aquí, al contrario que en otros terrenos, a veces el tamaño es diametralmente opuesto a la diversión obtenida).

Y ya, crecida frente al mar, casi segura de que no era yo, sino la voz de la sirenita la que hablaba desde mi boca, con el pelo alborotado y la piel bañada en salitre, contaba de aquella entrevista que nos hicieron, años ha, presentado una edición de la Feria Náutica. El titular con una de mis declaraciones quedó tal que así: «En Ibiza hay gente que va a esquiar a Andorra y nunca ha buceado.» Y por favor, ¡que la nieve está muy bien! (para quienes tienen un ADN habituado al frío, quiero decir). Pero que en Ibiza tenemos un tesoro que, de tan grande, de tan a mano, muchas veces no se ve? hasta que el paisaje es color asfalto.

Algunas flores crecen en las dunas, sube la marea y se hacen invisibles, algunas duermen a la luz de la luna persiguiendo sueños imposibles. Bañada en salitre, flota en la memoria de los días grises.

@otropostdata