Hace algún tiempo estuve en el campo de concentración Sachsenhausen, en Berlín. A pesar de ser de 'concentración' y no de 'exterminio', se calcula que entre 30.000 y 100.000 personas perdieron la vida en él. Es decir: Se la quitaron.

Aunque hay mucho para llevarse las manos a la cabeza, también fascinante en la metodología del Tercer Reich para optimizar recursos. Léase en este caso: «Matar más y mejor». Así, se enfrentaban a cualquier mínimo fallo de producción. Por poner un ejemplo, el hecho de que, para algún soldado, matar mirando a los ojos de la víctima, generara puntualmente algún tipo de conflicto. Momentos de flaqueza, qué se le va a hacer. Así, los nazis idearon un sinfín de estrategias para que la máquina de matar funcionara viento en popa. Una de ellas, era la de la falsa enfermería. El indeseado prisionero creía que iba a una revisión médica, se desnudaba y se colocaba bien firme contra una pared con una cinta métrica donde esperaba ser pesado y medido, pero, ¡Ay! La pared ocultaba un agujero a la altura de la nuca. Del otro lado, un soldado apostado arma en mano con un único cometido de sol a sol: cada vez que no pasaba luz por aquel agujero, disparaba. Fin. Ojos que no ven, corazón que no siente.

Y sé que nombrar la palaba 'nazi' hace que cualquier asunto suene atroz y como a 'cualquier tiempo pasado fue peor', pero es un problema este de la máquina de matar aún en vigor a día de hoy. Legalmente, un buen puñado de países, mantienen la muerte por pelotón de fusilamiento y de nuevo, ¡Ay! El factor humano que de vez en cuando atisba insolente en el verdugo, es el único eslabón débil de la maquinaria. Aquí, este problemón se soluciona de otro modo. Con el llamado 'cartucho de fogueo' o, mirad la paradoja de la palabra: 'Salva'. Uno o más de los cartuchos de las armas carece de munición. Por supuesto, el tirador experto es capaz de distinguirlo en el retroceso del arma, pero participan de un juego psicológico denominado 'Difusión de responsabilidad' o, 'Seguro, seguro, que el culpable es otro'.

Y salvando las distancias, leo atrocidades que en Ibiza cometen con el, desde hace ya demasiado, dramático tema de la vivienda y, perdonad la cruel asociación de ideas? A mí me viene a la cabeza esta despiadada manera de tirar la piedra y esconder la mano.

Leo, por ejemplo, de empresarios hoteleros que, con todos los argumentos legales de su parte decidieron que donde antaño había habitaciones de personal, si ahora ponían un spa o un gimnasio, podrían ganar otra estrella. Y como tenían razón, lo hicieron.

Después, los propietarios de viviendas, al verlo, pensaron: «Un momento, un momento, puestos a alquilar mi apartamento solo por la temporada, ¿por qué a una camarera de pisos si ganaría 10 veces más con un turista?» Y como vaya que tenían razón, lo hicieron.

Pero la temporada se fue haciendo más corta, y cada vez apretaba más y así, por supuesto, con motivos, había que ordeñar más a la vaca, y subir el alquiler un poco más y cuando ya era indecente mirar a los ojos al inquilino, se puso en manos de algún especulador con traje y corbata y una web internacional.

En este punto de la historia los jetas que, también ¡por supuesto! Sabiendo que la ley es igual para todos, pero no tanto, y que hecha la ley, hecha la trampa, y que tampoco pasa nada por no declarar, y que el riesgo de inspección es mínimo, y furgonetas y balcones, y 500 y sexo ocasional, y por qué no tirar una puerta abajo y llamar tú mismo a la policía, más chulo que un ocho, para dejar claro que eres un okupa, conectarte a la luz del vecino, al agua del vecino, anunciarte sin escatimar en selfies en redes sociales y ¡quién dijo límites! Buscar una embarazada o madre para que habite (gratis no, que esto no es una oenegé) tu piso okupado para echarte aún más risas cuando venga, ya si eso algún día, alguien del Juzgado.

Y también jugaban los bancos, que qué era esto de que una familia no pudiera pagar su vivienda solo por haber perdido el trabajo, o incluso no, pero ante ese capricho de decidir entre pagar la hipoteca o comer, elegir el bocadillo.

Y las administraciones. Y las burocracias que dilatan en el tiempo la resolución de cada problema porque Ibiza es lo mismo que Mallorca (y no, no lo es). Y no ponerse de acuerdo, no vaya a ser que el coste político de colaborar sea que alguien piense que la idea fue de otra sigla y no la propia, y que, para cuando quieren darse cuenta, para cuando creen que ahora sí que casi lo tienen ¡y hasta solos...! Ya se enfrentan a problemas nuevos.

Y aunque están todos convencidos de que no, de que cómo va a ser, de que, de verdad, de verdad, lo único que portan es una chequera, y si acaso, bueno, tal vez, fuera un rifle? su cartucho es de salva, seguro que sí. El culpable, el verdugo? siempre es otro.

@otropostdata