En casa había un tocadiscos de madera y no más de una docena de discos. Antagónicos. Por un lado, los discos de mi padre: Manolo Escobar protestando por que alguien le hubiera robado su carro -mirad que hay mala gente- y Peret llorando una lágrima que cayó en la arena. Tengo que reconocerles a ambos el mérito de mantener la esperanza de recuperar lo perdido.

Luego estaban los discos de mi madre: el Dúo Dinámico luciendo sonrisas y suéteres idénticos que, además de cantar su amor a una menor -cosa que ahora incendiaría Twitter, pero que el romanticismo de la época permitía-, debieron dedicar un tema a casi cualquier mujer del planeta o, al menos, a sus nombres. En uno de los discos, cómo no, había un «No te dejaré marchar, no no no no, María del Pilar». En el disco de al lado, decir que descansaba es mucho decir, un José Guardiola (que no Josep) que llegaba incesantemente agotado a casa tras trabajar en la mina. Pobre hombre.

Completaban la colección un vinilo de zarzuela y otro de las 'Cuatro Estaciones'. La primavera no estaba mal, pero el resto ni fu ni fa. Debieron ser, quizá, un regalo de Sa Nostra.

Y mi vecina -es una manera de hablar porque en aquella vida de campo teníamos que cruzar varias parcelas de huertos arados para saltar la valla de la una a la de la otra-, tenía en aquella colección de discos raros de los padres, uno de UC, 'Cançons d'Eivissa ', donde se recopilaban aquellas canciones que solo escuchaba a los mayores en las sobremesas de los días de fiesta, bien sobrepasado el horizonte de los coñacs y con los concursos de, valga la redundancia, fer un uc, ya terminados entre las miradas de espanto de los primos, que hacíamos juramentos de meñiques de que, a su edad, no nos comportaríamos así.

Coñac en mano, puro en la otra, y con tacitas de café Duralex repartidas por toda la mesa, cantaban sin pudor y se reían de las guarrindonguerías escondidas en las canciones que, por algún misterio, los niños éramos incapaces de descifrar. Para que luego digan que el alcohol aturde, cuando era un hecho probado que agudizaba el intelecto. Y hasta las dotes de canto.

Sa iaia de Sant Miquel vendiendo a aquella colla de gent bona las ventajas de llevarse sus hijas menudas y el ahorro que supondrían a largo plazo en ropa y, sobre todo, vendiéndoles aquella alguna altra cosa bona que, aunque, innombrable, ja hi deveu pensar-hi. Tal volta valtros teniu es jugaroi de posar-hi; «Mis hijas son convenientes para un pobre, porque me han salido pequeñas y necesitan poca ropa. Así mismo también tienen alguna otra cosa buena, la cosa no os la puedo decir, pero ya debéis imaginarla, a lo mejor vosotros tenéis el juguetito de meterle, el juguetito de meterle».

O 'Jo tenc una enamorada' que, no os engañe el título, no era una canción de amor sino la larga lista de pretextos de un golfo para no casarse, terminados en advertencia: I llavó jo tornaré i em casaré amb tu, si vols; ja pots començar a fer roba, que hi hem de sortir bufons, que a sa cinta portaré una arma de dos canons, i cada tron que faré, serà de dos trons bessons; «Y después -cuando los pinos den granadas, las higueras melones y el mar esté seco- volveré y me casaré contigo si quieres; ya puedes empezar a coser ropa, porque tenemos que salir guapitos, que en el cinto llevaré un arma de dos cañones, y cada tiro que pegue, será tiro de gemelos». A su lado, que el Dúo Dinámico nos cantara a todas era moco de pavo.

Me salté la etapa de coñacs, así que para mí llegó, como sospecho que para muchos de la época, el redescubrimiento de nuestras canciones populares de la mano de Ressonadors y ni sospechan en cuántos lares he pinchado ya ese recopilatorio, explicando tanto las letras picantes, como todos los recuerdos asociados a cada nota. Pero de entre todas ellas, en mi cabeza suena a traición y sin previo aviso desde tiempos memorables 'Bona nit, blanca roseta' que me pareció de siempre, entre tanto disparate, una nana deliciosa.

Como que cuando el mundo se traquetea puedes tomar a quien quieres en tu regazo y amortiguar cualquier herida tan solo cantando: Que enc que la mar tornàs tinta i enc que el cel de paper fos, fossen es hòmens notaris i de cada un n'hi hagués dos, no abastarien a escriure, ma vida, es nostros amors, es que hem passat finsus ara i es que passarem es dos, i estic en ses confiances que ara vendran es mellors; «Que aunque la mar se volviera tinta y aunque el cielo fuera de papel, fueran los hombres notarios y por cada uno, hubiera dos, no bastarían para escribir, vida mía, nuestros amores, los que hemos pasado hasta ahora y los que pasaremos los dos, y estoy con la confianza, de que ahora vendrán los mejores». Lo dicho: una delicia que me hace recuperar la fe en la humanidad e incluso, incluso... en nuestros antepasados.

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