Los informes de sostenibilidad, como el algodón, no engañan: Ibiza puede morir de éxito. La masificación que soporta la isla cada verano trae consigo perniciosos efectos, entre ellos, llegar a cargarse su principal atractivo: la limpieza de sus aguas. Buena parte de responsabilidad la tienen los políticos, incapaces de mejorar las pésimas infraestructuras de depuración. Los continuos vertidos de aguas residuales en el mar, año tras año tras año tras año están arruinando la calidad del agua. Y ese es solo uno de los muchos problemas que la saturación acarrea. El exceso de coches y las graves carencias del transporte público causan atascos kilométricos que indignan a los visitantes y dejan a los residentes al borde del ataque de nervios. La urbanización sigue consumiendo el escaso territorio que aún permanece virgen (en los últimos seis años, la superficie construida de la isla ha aumentado casi un 5% y la cubierta forestal en ese mismo tiempo se ha reducido casi un 2%). Los cruceros que llegan al puerto de Vila contaminan más que los automóviles que circulan por las colapsadas carreteras. El tráfico marítimo entre las Pitiusas concentra a diario en verano 169 trayectos y en las costas fondean 800 embarcaciones de forma simultánea... Es la radiografía perfecta de una isla enferma que intenta sobrevivir al éxito.