En Madrid se conocen como gatos a los que «son madrileños de verdad». Es decir, que uno presume de gato cuando es de origen madrileño, pero también lo son sus últimas tres generaciones al completo: padres, abuelos y bisabuelos. Ni uno menos. El resto como mucho llegan a mininos. Reconozcamos que son muchos parientes.

Esto en Ibiza sería una catástrofe por dos motivos: en primer lugar, porque nada tiene que ver este concepto de ser de verdad gato (otro día os cuento la historia que da origen de la expresión) con el nuestro de ' anar ben gat'. Y segundo, valga el símil, porque si arañásemos tan atrás entre los ibicencos, nos aparecían fenicios, púnicos, romanos, árabes? en la medida suficiente como para saber que somos una raza estupenda, vaya que sí, pero muy mezclada de otras.

Cada uno que saque su propia denominación de origen. Yo, a falta de una oficial, me he inventado una que divido en tres niveles: uno es 'ibicenco de nacimiento' cuando ha nacido aquí; 'ibicenco' si uno de los padres es de la isla (en este rango me encuentro yo y vale, me lo he inventado a mi conveniencia. Ventajas de inventores); y ya 'ibicenco ibicenco' cuando ambos padres son de Ibiza. Fin.

Sin embargo, como era de esperar, sucede que me choco con otras denominaciones autoinventadas por lo largo y ancho del planeta que chocan con la mía. Una muy habitual es cuando me toca a mí ser juez y verdugo. Os pongo un ejemplo: Pongamos que estoy por Uttar Pradesh (por donde Shiva perdió la alpargata) y cualquier conocido, sabiendo que soy de Ibiza, rápidamente me informa si algún otro ser humano osa pisar el país presumiendo del mismo gentilicio. Ya por el nombre, suelo descartarlos antes de empezar. Algún día me equivocaré con las nuevas generaciones, por supuesto, pero lo que es de la mía para atrás, nadie se llama Wilfredo o Jennifer. Nadie englobado en mis categorías, quiero decir. Otras veces, con un nombre más del montón, pasa el primer filtro, pero en cuanto veo de lejos al sujeto en cuestión, ya por la pinta, llego yo diciendo: «No, no lo es», por mucho que nuestro intermediario insista: «Que sí, que me lo ha dicho», ya sé yo que me da lo mismo y es que no, que no, que no.

Siempre gano, hasta la fecha. Por mucho que arranque la conversación con un: «Me han dicho que también eres de Ibiza», ya les contesto: «Sí, pero yo en serio», y con un par de preguntas de tercer grado salta a la luz que es que en realidad «veraneaba con los padres» o que «se estableció a los veinte y pasa -cómo no- julio y agosto», que yo zanjo con un: «Vale, te gusta muchísimo Ibiza, qué buen gusto tienes, pero no eres ibicenco».

Soy despiadada, ¿a que sí? Es que son muchos años ya del otro lado del banquillo de acusados -donde uno es culpable hasta que se demuestra su inocencia-, sufriendo en mis carnes cuando a alguien, en algún lugar, le dicen de mi existencia y -bien que hace- duda de mi rancio abolengo y escucha mi nombre, tan de la península y piensa para sus adentros: «Sí, claro» y luego me ve mis pintas, así de lejos, tan de mujer de mundo y piensa: «Esta apuesta la gano yo», pero les desmonto el tercer grado casi enseguida.

Suele transcurrir tal que así:

—Vaya, vaya, me han dicho que tú también eres de Ibiza.

—Efectivamente, pero además, de verdad.

—¿Nacida en Ibiza?

—Por supuesto. Definición número uno de gato de Ibiza.

—¿Perdón?

—Nada, nada, cosas mías. Nacida en Ibiza. -Y aquí a veces, hasta añado la fecha para presumir de lo bien que nos conservamos las ibicencas con pedigrí.

—Pero tus padres son de fuera, claro.

—Mi padre es murciano, de los de verdad también. De Murcia Murcia. Mi madre es ibicenca.

Y ya me miran con toda la desconfianza del mundo y lanzan la prueba de fuego.

—Ah, sí ¿y de Cana on?

—De Can Soldat.

Pausa para tratar de asimilarlo y yo que sé que ya lo tengo.

I de qui ets família?

Sóc la néta de Pep de Can Soldat, de Puig d’en Valls.

Ah, carai, si que t’has anat enfora!

O cualquier otro grito que un ibicenco ibicenco guarda dentro y saca solo al sentirse entre iguales. Ahí relaja la postura, los músculos de la cara, y te abraza y ya te cuenta que su tío abuelo hizo la mili con el mío o que su bisabuela tenía una panadería a la que iba la mía o cualquier cosa de esas tan importantes porque nos vincula en lazos que van más allá de la sangre. Son de saber que aunque estás lejos, estás un poco más en casa. Y yo, que soy muy de contar historias, le cuento, por ejemplo el origen de la expresión de los gatos de Madrid.