En cuanto tome posesión del cargo, el nuevo presidente del Consell Insular tendrá que lidiar con un puñado de patatas calientes. Asuntos como la falta de medios para combatir el alquiler turístico ilegal y la crisis de la vivienda, la regulación del urbanismo o de qué manera afrontar el cúmulo de irregularidades y tensiones que genera la industria del ocio pitiusa.

El pasado domingo electoral, Diario de Ibiza precisamente publicaba en estas páginas una interesante reflexión sobre la industria del ocio, que rubricaba Pepe Roselló, fundador de la desaparecida discoteca Space y uno de los empresarios más relevantes del sector durante décadas. Roselló analizaba el fenómeno de los beach clubs y concluía, sin paños calientes, que su aparición y multiplicación en la última década «ha creado una desestabilización general del mercado turístico».

Añadía que estos locales juegan con ventaja con respecto al ocio nocturno, por actuar «en el exterior, al aire libre y siempre con la música como soporte de la actividad, pero generando una extravagante contaminación acústica, insoportable... También se les ha investido de 'aromas de lujo,' con unos precios y modos que han repercutido negativamente en la economía de la isla. Es un proyecto fracasado porque es insostenible. La isla no puede resistir esta presión medioambiental acústica sobre la costa y las playas».

El empresario establecía como una de las causas del conflicto entre ocio diurno y nocturno la falta de una regulación general para la isla, de forma que en todos los municipios existan horarios y condiciones similares, para que no se produzca competencia desleal ni agravios comparativos. Así, apostaba por una nueva normativa de horarios que separe mediante una franja de tiempo suficiente la actividad que hay en las playas y la que tiene lugar en bares de copas y discotecas, puesto que actualmente se solapan.

La idea merece una reflexión por parte de partidos políticos y partes involucradas, dada la incapacidad de las instituciones por frenar el crecimiento exponencial de una industria de ocio diurno que opera, como mínimo, en la alegalidad y que, salvo para sus clientes, ha devaluado el sentido y la atmósfera de las playas. Pese a las nuevas limitaciones de decibelios establecidas por algún consistorio, la realidad es que todo ha seguido más o menos igual y algunos beach clubs no se diferencian en nada de una sala de fiestas, salvo porque operan a ras de cielo y en la frontera de un territorio público que no les pertenece y que en ocasiones también sobrepasan.

Del artículo de Roselló se deduce una apuesta por establecer un cierre temprano en la actividad musical de los beach clubs -por ejemplo al atardecer, a las ocho de la tarde-, de forma que estos no generen ruido y tampoco retengan clientes hasta la medianoche -tal y como ocurre ahora, afectando a restaurantes, tiendas y la industria del ocio nocturno.

Llegados a este punto, conviene hacer memoria y traer a colación la polémica de hace unos años, cuando las instituciones cerraron los after hours para que Ibiza no fuera un destino de marcha las 24 horas y frenar las consecuencias que implica: más sobredosis por drogas, saturación de los servicios de urgencias, mala imagen exterior, influencia negativa para el turismo familiar y cultural, etcétera. Tras un moderado paréntesis, la industria del ocio acabo sustituyendo los after por los beach clubs, llevando la fiesta a las playas, que hasta entonces se habían mantenido a salvo.

Aunque es evidente que el segmento del ocio resulta importante para la economía pitiusa, también lo son el orden y su compatibilidad con otros negocios y perfiles turísticos, que buscan una versión más amable de Ibiza. Romper la dinámica de la fiesta ininterrumpida, que es la que actualmente reina en la isla, constituye un factor primordial. Se trata de un cambio, en todo caso, que debería liderar el Consell Insular, buscando el consenso, estableciendo nuevas normas que puedan ser de su competencia y coordinándose con los ayuntamientos para que las ordenanzas municipales sean coincidentes al menos en lo esencial.

En este contexto, la Asociación Ocio de Ibiza proponía también hace unos días la instauración en la isla del alcalde de la noche, una figura independiente o vinculada a alguna institución que en más de cuarenta ciudades del mundo media entre vecinos y la industria para buscar soluciones a los conflictos que van surgiendo. En algunos enclaves ha funcionado. En Ibiza, sin embargo, este alcalde no sería de la noche sino de las 24 horas y en un territorio donde la industria del ocio está totalmente dividida en dos sectores antagónicos, factor que condicionaría enormemente su tarea. La conclusión, de todas formas, es obvia: Ibiza no puede seguir como hasta ahora.

@xescuprats