El espíritu de Ibiza es, para una cadena de hoteles, una mujer prácticamente desnuda tumbada sobre una mesa. Mirando a la cámara. Ofreciéndose. Un objeto más de diversión. De la fiesta de Ibiza. La mujer como producto. No es un anuncio de contactos, pero, evidentemente, tampoco es un anuncio de hoteles. Salvo que yo sea la rara. Igual el resto de la humanidad, cuando se va de vacaciones, en vez de en la hamaca de la piscina o en las camas flotantes del spa, lo que hace es tumbarse en la mesa de la habitación (o la barra americana, en su defecto) a pasar el rato. Maquillada como para la gala de los Oscar y ¿vestida? como para un desfile de Victoria's Secret. Con esa imagen, la cadena invita a «dejarse fluir» con el espíritu de Ibiza. Toda la vida pensando que el espíritu de Ibiza eran la magia de es Vedrà, su herencia hippy, los campos de algarrobos o sus aplaudidas puestas de sol y resulta que no, que el espíritu de Ibiza es, ahora, una mujer semidesnuda sobre la mesa de una habitación de hotel. Ni siquiera es un anuncio de bañadores, bikinis o ropa interior. Las instituciones y los políticos hacen planes de igualdad y claman contra el machismo mientras pasan impasibles frente a vallas publicitarias como ésta. Fantasmas (que no espíritus) de Ibiza.