Menuda Semana Santa pasada por agua que hemos tenido! El conejo de Pascua lo ha tenido complicado para traer los huevos. Esperemos que el tiempo nos dé una tregua a aquellas y aquellos que hemos pillado vacaciones para así coincidir con las vacaciones escolares de nuestros hijos. Estos días lluviosos han sido perfectos para sacar de sus cajas aquellos juegos de mesa y puzles para los que nunca tenemos tiempo, o para los que , a veces, no tenemos ganas? ¡o las dos cosas!

Es del tiempo de lo que quiero escribir hoy. Y no del meteorológico, aunque lo parezca. Del tiempo de familia. Todo el mundo habla del tiempo, o más bien de la falta del mismo. Vivimos demasiado rápido y con demasiada prisa para una isla tan chiquita. Vivimos vidas demasiado cargadas con cosas que parecen imprescindibles o inaplazables. Vidas que sentimos que nos quedan grandes, vidas que nos superan.

Durante estas vacaciones con eso de quedarnos en casa, he visto una app que te ayuda a vivir con calma y 26 millones de usuarios se la han bajado? (¡la leche!).

Seguro que hay algún avispado o avispada trabajando en una app que nos ayude a gestionar el tiempo de familia, pero mientras no sale al mercado, comparto con vosotros lo poco que sé de esto y lo mucho que creo en lo que escribo.

El tiempo que dedicamos a formar, construir, mantener y fortalecer a nuestra familia es la mejor herencia que dejamos a nuestros hijos. Para establecer vínculos que los arraiguen, para ayudarles a buscar un lugar y un destino en este mundo alocado y anestesiado, para acompañarles en sus 'descubriciones', para hacerles sentir que casa es ese sitio del que algún día deben salir pero al que siempre tendrán ganas de volver... para todo eso hace falta tiempo. Mucho y del bueno.

No necesitamos una app para identificar los momentos felices que recordamos de nuestra infancia y vinculamos a nuestra familia. Están grabados en nuestra memoria del color de las sonrisas. ¿Y qué estábamos haciendo? Nada concreto. Nada superespecial. Nada alucinante. Simplemente estábamos compartiendo tiempo con los nuestros. Aquellos días de playa que olían a filetes empanados, o días de torrada campestre en los que el fuego no quería prender y para el que todos tenían una opinión sobre cómo lograrlo.

Llevo años haciendo esta pregunta a las madres y los padres con los que comparto algún encuentro y las respuestas son siempre las mismas: «nada especial, un día cocinando en casa» o «cuando mi padre me enseñó a montar en bici» (esto antes siempre lo enseñaban los padres, aunque nunca hubiesen andado en bicicleta), «cuando cantábamos canciones»...

Y si somos capaces de recordar lo felices que estos momentos nos hicieron, y cómo hoy por hoy siguen explicando la persona en la que nos hemos convertido... ¿por qué ahora nos complicamos unos tanto... y otros tan poco?.

Es tiempo de pararnos, reconectar con esos momentos, recuperarlos y reproducirlos con nuestros hijos e hijas... como veis algo muy vintage.

Por suerte la felicidad, la buena, se sigue construyendo como toda la vida.

Y aunque el sol no salga, ni el viento amaine... yo me quedaré esta semana 'familiando' (¡que es hacer familia disfrutando!).