Termina la Semana Santa más rara que recuerdo, con una fina lluvia rociando continuamente las Pitiüses como en un aerosol infinito. Más rara que recuerdo yo y todo el mundo y si no que les pregunten a las cofradías de Vila, que tuvieron que suspender la procesión del Viernes Santo por primera vez en la historia. Y rara también por la mezcla de actos religiosos y políticos con la campaña electoral y por todos los pequeños sucesos que han pasado y por todas las actividades aplazadas o eliminadas debido a la lluvia, como el Día del Libro y de la Tierra de Santa Eulària o el correbares de Sant Jordi. Y por la cantidad de turistas pululando por ahí en esa especie de invierno tardío. Playas llenas de paseantes en bañador o con el polar según latitudes de procedencia, mercadillos llenos, restaurantes llenos. El pasado domingo un camarero me confesó que estaba deseando que terminara, que hacía tiempo que no trabajaba tanto, con los turistas regados por todas partes, como por aspersión.