Si quiere ser candidato a las elecciones por un partido ni se le ocurra acercase a la sede. Esa es una puerta que no hay que cruzar. Para ir por un partido no vaya por el partido. Las listas electorales irán dentro de sobres sorpresa.

Hay fichajes de toreros, tertulianos, víctimas asociadas, seleccionadores de baloncesto y esperamos youtubers, performers, concursantes de televisión, cocineros con estrella michelín, profetas vegano-animalistas... las nuevas profesiones que ponen cachondos a los rectores idiotas del negocio educativo.

Incluso hay repetidores. Ahí está Adolfo Suárez Illana, repetidor en dos sentidos: el de aparentar la repetición de su padre y el de volver a presentarse por el PP después del cero como candidato a uno de Castilla-La Mancha en 2002.

Ahora es número dos por Madrid, no se sabe en calidad de qué. Como Don Guido, el señorito al que de lloró y cantó Antonio Machado, fue «algo torero», incluso antes de emparentar con ganadero de bravas. ¿Como cazador? La caza es asunto preelectoral gracias a Vox, pero desde el centrismo genético Adolfo Suárez, gran escopeta de España, tuvo récord de muflones en Castilla-La Mancha. Genética de centrismo puro; cinegética de montería, batida y rececho. ¿Como orador? Las veces que mejor habló fue por boca de su padre, al que llevó junto a Aznar cuando al hombre se le iba el santo al cielo, pero conservaba su capacidad de simpatía. ¿Como ideólogo? Si corrió el riesgo de exponer una idea, no dio con ninguna buena. En su breve campaña anterior su más grave esguince dialéctico fue lamentar que un guardia civil asesinado por ETA «ya no podrá disfrutar de las cebollas rellenas de su querida Sama de Langreo». Pablo Casado lo definió como patriota convencido. Será por eso.