Las grandes capitales se convierten en un espacio para turistas y comerciantes. Desde los años cincuenta del siglo pasado la población se va concentrando en las grandes ciudades y lo que empezó en las aldeas, siguió en los pueblos y las ciudades pequeñas ya afecta a algunas medianas. Hay familias españolas cuyos abuelos llegaron a la capital de provincia, sus hijos se fueron a la del Estado (o equiparable) y los nietos parten a capitales extranjeras. Son tres generaciones seguidas que buscan empleo lejos de casa, algo que el sistema, desde que es liberal, llama 'perseguir un sueño'.

Las grandes ciudades ofrecen oportunidades de especulación para el dinero embalsa en las cuentas de los millonarios y éstos compran viviendas en Londres, París, Madrid, Lisboa, Nueva York porque son inversiones seguras de alto rendimiento.

El dinero se adueña del centro y el trabajo se avecinda en el extrarradio. Los que van a Madrid, a Barcelona, a Palma, ya no llegan a Madrid, a Barcelona o a Palma; sólo quedan cerca. Unos días en un piso del Madrid de los Austria de los que se contratan en las plataformas de alquiler, hacen sentirse más en Madrid que todos los vecinos de las urbanizaciones.

De esos centros ya no se está expulsando a los malamparados de hace 40 años, viejos residentes o emigrantes, prostitutas, camellos y estudiantes a la antigua hospedados en una red de pensiones; ahora expelen a jóvenes profesionales emigrados que no pueden pagar los increíbles alquileres crecientes o criar hijos en barrios dominados por vendedores y transeúntes.

La sociedad conectada electrónicamente-pese a que es menos presencial para las personas y los servicios y que aproxima más las cosas- sólo ha acelerado el fenómeno.