Según Intermon Oxfam, si el trabajo doméstico se pudiera valorizar en cifras supondría un 41% del PIB Español. Pero sólo el trabajo remunerado es el reconocido socialmente y el valorado como empleo.

Las tareas de limpieza, cocina, y general, el cuidado de la familia, descansan sobre los hombros del 87,9% de las mujeres, bien porque las hacen ellas o bien porque las piensan, las dirigen y las coordinan, mientras ellos «ayudan» en las tareas del hogar.

El trabajo doméstico se encarga de proporcionar el cuidado de la vida y el bienestar de las personas imprescindible para que el mercado laboral funcione. Pero en una sociedad que se mide en cifras monetarias, algo que no produce dinero no cuenta.

Cuando las mujeres accedieron al mercado laboral se produjo la doble jornada (trabajan de manera remunerada y cuando llegan a casa siguen trabajando para su familia). Tanto es la feminización de estas labores, que si las mujeres que trabajan fuera de casa y no pueden encargarse de las tareas domésticas, se contrata a otras mujeres (normalmente inmigrantes) para que hagan este servicio. Mientras tanto, los hombres, que han delegado la labor de cuidados en las mujeres, tienen muchas más horas para el ocio, la promoción o para el desarrollo profesional.

Tanto el trabajo doméstico como el aplicado a la producción son importantes para el bienestar de las sociedades, pero el doméstico tiene que dejar de ser obligación femenina y convertirse en una cuestión social.

En esta línea, desde la Comisión 8M Ibiza, este año también se anima a los hombres a hacerse cargo de la comida de las huelguistas. Es una huelga también de cuidados, y el año pasado los hombres ya apoyaron cocinando o haciéndose cargo de las tareas del hogar y del cuidados de la familia. El parque de la Paz estaba lleno de mujeres valientes y buenos compañeros.

Estoy segura que la gran mayoría de los que estaban ahí el pasado 8M comparten las tareas habitualmente con sus compañeras, madres, hermanas... pero aún quedan muchos hombres que tienen que comprender que no hay razón biológica para que tengamos que asumir solas los cuidados y que ellos, como muestra de una masculinidad sana, tienen la obligación de hacerlo también.

La valoración y visibilización del trabajo doméstico, así como alcanzar un verdadero reparto de responsabilidades, es una tarea pendiente que no ocupa espacio en las agendas políticas. Es hora de repensar las prácticas laborales actuales basadas en la presencialidad y que no permiten horas de ocio, descanso o cuidado. También en que las políticas de conciliación vayan dirigidas por igual a hombres y a mujeres, y por supuesto, que los permisos de paternidad sean intransferibles.

Se nos escuchará por las calles de Ibiza y de este país, entre otras cosas, reivindicando un nuevo modelo social que, apoyado por las instituciones, descargue los cuidados de las espaldas de la mujer y que contemple a un compañero que colabora con las tareas de cuidados y crianza, que empatiza y escucha.

Aún así, habrá partidos que sigan sin entender que un país lo forman hombres y mujeres que tienen los mismos derechos a una vida plena sin renuncias. Usando la patria de manera irresponsable mientras potencian un sistema que oprime, discrimina y mata a las mujeres de su país, y que en su cruzada contra nosotras perpetúan masculinidades débiles, inseguras y de baja autoestima.

Es necesario, por tanto, que después de este 8M los trabajos invisibles también sean política, y que se entienda por fin que todo trabajo es digno y es empleo, sea o no remunerado.