Puedo olvidar muchas cosas en la vida, pero no a aquellos maestros que me acompañan en los primeros años de mi infancia: Margarita, Juan Antonio y Mariela. El día que Margarita no vino a clase porque la operaban y se cogía una baja, yo no quería despegarme de las faldas de mi madre, mientras lloraba. Me aterraba entrar en el aula y enfrentarme a la nueva cara del profesor sustituto. Juan Antonio era el que siempre me ponía en el boletín de notas que me merecía un premio, que nunca me dieron. Mi madre siempre ha sido dura de roer. Mariela, en un acto de confianza total, me dejaba corregir exámenes junto a ella de mis propios compañeros. No sé cómo será visto eso ahora con el paso del tiempo, pero para mí era un honor, como lo es para las Pitiusas el hecho de que sus alumnos sean los mejores de Balears en Educación Primaria, según reza en un informe. Los motivos son de diversa índole, como el incremento del profesorado en las islas o el trabajo en innovación pedagógica que se lleva a cabo en los centros educativos de Ibiza y Formentera, entre otros. Enseñar a esos locos bajitos a ser personas en la jungla a la que se enfrentarán más tarde es una de las labores más encomiables que puedan existir. Nuestros queridos maestros de las Pitiusas sí que se merecen un premio por dar lo mejor de sí mismos cada día ante una marabunta de mocosos y despertar en ellos sus conciencias de seres humanos.