Lujo. Glamour. Platos a precios astronómicos. Cocineros con estrella. Hoteles con más estrellas que la constelación de Hidra. Famosos. Celebrities. Champán fresquito en primera línea de playa. Sushi en la arena. Pues resulta que en esa Ibiza de brilli-brilli y unicornios hay restaurantes, cafeterías y cáterings que, si no han acabado aún con la salud de alguno de sus clientes es porque la isla debe ser también un destino top entre los ángeles de la guarda. Si alguien pensó alguna vez que la pesadilla de Alberto Chicote en las cocinas de este país -esas campanas con placas tectónicas de grasa, esos chuletones congelados desde el Pleistoceno, ese vino de la última cena, ese moho que amenaza con echar a andar, esos aliños radiactivos...- era un montaje, que le eche un ojo al resumen de las inspecciones de salud alimentaria. Somos las islas en las que los restaurantes acumulan más ceros. Y no sólo en el total de la cuenta. Vendemos esto como un destino de lujo y somos los que tenemos menos establecimientos «excelentes» y más de los declarados como «peligro para la salud pública» y con «muy malas condiciones higiénicas». 17 han cerrado los inspectores velando por la supervivencia de los comensales. Me los imagino ahora en invierno, bajo una mantita, un cubo de palomitas, viendo en bucle los programas de Chicote y desternillándose. «Porque no ha ido a...», «porque no ha mirado en...»