Según parece, a los aviones de Canaryfly que cubren el trayecto entre Ibiza y Palma solo les faltan un par de gallinas cacareando por el pasillo, un comandante beodo, unas grietas en el fuselaje sujetas con cinta aislante y una muñeca hinchable a los mandos del piloto automático. No he tenido el gusto aún de volar con esta compañía tan original, pero según se deduce de las denuncias que algunos usuarios han trasladado a la prensa, el estado de estos aeroplanos y la actitud de sus tripulantes no transmiten precisamente una confianza a prueba de aterrizajes forzosos.

Esta línea aérea ha sido subcontratada por Air Nostrum, franquicia a su vez de Iberia regional, y desde que ha empezado a operar le llueven las quejas. A los retrasos habituales de hasta hora y media, pecado intrínseco a muchas compañías aéreas y altamente contagioso, se suman ronchas de suciedad en los aviones, butacas rotas y, ya para rizar el rizo, aviones incapaces de despegar por exceso de peso.

Tan insólita escena, más propia de la comedia surrealista que encabeza esta columna, se produjo hace un par de semanas, cuando todos los pasajeros ya se encontraban a bordo de un aparato de hélices de Canaryfly. La azafata, cariacontecida, anunció que el avión iba demasiado cargado para salir a pista, pese a que había asientos vacíos, y pidió voluntarios para quedarse en tierra. Los pasajeros, en un primer momento, creyeron que les tomaban el pelo al estilo de los tripulantes de Ryanair en los viejos tiempos del buen rollo, cuando lo mismo te vendían lotería que improvisaban un monólogo. Desde que su famosa puntualidad británica se fue al traste y te cobran hasta por la mochila de mano, el viajero de Ryanair ya no está para bromas.

Dos pasajeros acabaron bajando del avión de Canaryfly, pero nadie más levantó la mano pese a la inquietante sensación que genera un anuncio de estas características. Yo habría salido por piernas antes de que la azafata terminara la frase. Como no eran suficientes, el comandante amenazó con tomar medidas más drásticas. Entonces, tal y como relataba la crónica de Diario de Ibiza, llegó el momento más hilarante del episodio: aquel en que los pasajeros se preguntaron si iban a ser expulsados mediante el infalible método del 'pito, pito, gorgorito'.

No sabemos mediante qué sistema otros viajeros acabarán renunciando al viaje y el avión pudo despegar; si fueron seleccionados por su índice de masa corporal o de manera aleatoria. En todo caso, dudo que exista un episodio más bochornoso en la historia de la aviación civil balear.

Aunque resulten inevitables los chascarrillos, dicho incidente permite tomar el pulso a la situación del transporte aéreo, que empeora año tras año para los residentes. El mal estado de la flota de Canaryfly es antológico, pero existen otras compañías que también maltratan sistemáticamente al viajero. Lo vivido últimamente con Ryanair es igual de esperpéntico y ya hemos perdido la cuenta de todos los suplementos que hay que abonar para viajar sin contratiempos. A veces los extras incluso salen más caros que el propio billete. A eso hay que sumar el empeoramiento del servicio, las cancelaciones por huelgas de su mal pagado personal y los continuos retrasos, que han pasado de excepcionales a ser regulares.

Vueling es incluso peor. Recordarán su último episodio, también hace unos días, al dejar tirados toda la noche en el aeropuerto de Barcelona a los viajeros de un vuelo a Ibiza. Sus retrasos y cancelaciones son constantes, hasta el extremo de que las probabilidades de llegar a tiempo son tan remotas como ganar la lotería. Y qué decir del maltrato a esa pasajera ibicenca, hace unas semanas, que tuvo que atravesar toda la terminal en una silla de ruedas de AENA con su hijo -de 15 años y una alta discapacidad- en brazos, porque el personal de esta compañía se negó a recoger su silla especial en la cinta de equipajes, tras dejarla allí por error en lugar de entregársela a pie de avión. Nada que añadir, por cierto, de otras empresas, como Air Europa, que casi siempre ofrecen un servicio sin contratiempos. Al revés, hay que darles las gracias por contraste.

Por último y no menos grave, la tomadura de pelo de todas las compañías hacia los usuarios, que han subido sistemáticamente las tarifas con todo descaro tras el incremento del descuento de residente del 50% al 75%, como hemos podido constatar estos días. Ahora los billetes nos cuestan lo mismo y hasta más caros que antes. Afirmar que el transporte aéreo representa un bien de primera necesidad para los ibicencos es una perogrullada. Nuestras instituciones deben ser mucho más exigentes y duras con las compañías, poner freno a esta anarquía de servicio y precios, y denunciar sistemáticamente una colección de abusos que no cesa.