Hoy la Iglesia celebra la II Jornada mundial de los pobres. El Papa Francisco nos lo recuerda con las palabras del salmista: «este pobre gritó y el Señor lo escuchó» (salmo 34, 7) y nos invita, en esta jornada y a lo largo de toda nuestra vida, «a comprender quiénes son los verdaderos pobres, a los que estamos llamados a dirigir nuestra mirada para escuchar su grito y reconocer sus necesidades».

Es una invitación más que se hace a la Iglesia y a la sociedad a ver a los que «son continuamente atropellados en su dignidad y a pesar de todo tienen la fuerza de alzar su mirada al cielo para recibir luz y consuelo». El Señor escucha el grito del pobre. Hace suyo el sufrimiento de los pobres, la exclusión y el abandono al que son sometidos. Pero, ¿y nosotros? ¿Qué hacemos? Pienso en tantas veces que en vez de afrontar esta realidad miramos hacia otra parte. Pienso en cuando en vez de exigir políticas sociales que incluyan a los más débiles pensamos más bien en políticas de bienestar para unos cuantos. Somos víctimas de «una cultura que obliga a mirarse al espejo y a preocuparse excesivamente de sí mismo, que pensamos que basta con un gesto de altruismo para quedarnos satisfechos, sin tener que comprometernos directamente».

Ufff, la palabra, ya salió. Compromiso. Es que no tenemos tiempo, es que tenemos muchos compromisos, es que tenemos muchas cosas que hacer .¿Cómo comprometernos? Eso es para otros que tienen más tiempo o más bien que no tienen nada que hacer. No. El compromiso es algo que, como recordaba Manos Unidas hace unos años en uno de sus lemas, nos hace cómplices. La pobreza no es algo que uno busca, muchas veces «es causada por el egoísmo, el orgullo, la avaricia y la injusticia». Sobre todo la injusticia. No luchar contra las injusticias que muchas veces se manifiestan en contratos y trabajos precarios, en alquileres abusivos, en no dedicar partidas resupuestarias suficientes en políticas sociales para crear centros de acogida y de reinserción, nos hace cómplices de tanta pobreza.

Que esta jornada nos ayude a descubrir que los «pobres nos evangelizan», que nos hablan de la presencia de Dios entre nosotros, por que Él está con ellos, es uno de ellos.