Joana Ballester, de 89 años, vio la negrura detrás de las ventanas de su vivienda de Sant Llorenç, el agua que caía sin cesar y decidió que el día había terminado. Ya había cenado. Cogió su caminador y se acostó en la cama, cubriéndose con la sábana porque empezaba a refrescar. Daniel acabó de trabajar, pero decidió esperar un poco antes de ir a casa. Llovía con mucha fuerza, pero lo que más le frenó fue el color del cielo, de una oscuridad densa y amenazante. Llamó al colegio de sus hijos para avisar de que llegaría tarde a recogerlos. A su mujer para urgirle a que se vieran pronto en casa. Viven en Manacor y eran las cinco de la tarde. A esa hora, Joana Lliteres fue al colegio de la localidad a buscar a sus tres pequeños. Aunque vivía en Capdepera, los llevaba a clase a la capital del Llevant, donde viven sus padres, médico y farmacéutico, muy conocidos y queridos en el pueblo. Dejó a su hijo mayor con los abuelos y siguió camino en coche con los otros dos, Úrsula y Artur, con la música de la voz de los dos pequeños contando sus aventuras de amigos en el patio y las aulas.

El Llevant de Mallorca vivía su rutina de martes, pero el cielo se rompió y el agua mortal descargó sobre la comarca. Solo Daniel cuenta hoy en primera persona su relato. El hijo de Joana Ballester la encontró muerta a las ocho y media de la tarde, rodeada de agua, en su cama. Joana Lliteras se vio en medio de la riada y logró sacar a Úrsula por la ventana. A partir de ahí, negro. El horror.

Hablamos demasiado de Mallorca y poco de los mallorquines. De lo ocurrido la semana pasada en Sant Llorenç, Artà, Manacor y Capdepera solo cabe extraer como positivo que son ellos los que han pasado a un primer plano. Las víctimas mortales, entre las que hay cuatro turistas, sus familiares y amigos, las miles de personas que se han quedado sin sus casas, enseres, negocios o coches. La oleada de voluntarios que desde todos los puntos de la isla se han acercado a estas localidades para acompañarles en la difícil vuelta a la normalidad. El Llevant jamás olvidará el martes en el que oscureció demasiado pronto. Y el agua los arrasó.

Sant Llorenç tiene una población de casi 8.000 personas. Lo atraviesa el torrente de ses Planes, en el que confluyen el torrente den Begura y de Blanquerna, que vieron superada su capacidad con los más 200 litros por metro cuadrado que cayeron en pocas horas. El desbordamiento de los cauces naturales desencadenó la tragedia.

El riesgo de esta cuenca hidrográfica, así como de otras zonas de Mallorca situadas en torno a torrentes, está detectado y advertido. Hay otros núcleos con un grado de riesgo alto similar. Fue el cielo el que descargó una cantidad de agua inasumible, pero es en la tierra donde debemos planificar y afrontar lo que la naturaleza nos depara. El estado de los torrentes y la densidad de población edificada junto sus cauces merecen una reflexión profunda.

Los medios, los tiempos y las alertas en las horas de la tragedia deben también analizarse con calma. Es tiempo ahora de plantearse qué fue inevitable y qué puede mejorarse. No podemos dejar al Llevant resignado a que vuelva a sufrir una riada que arrase con sus vidas.