Una noche de la semana pasada, el encargado de una discoteca de Málaga, ya de madrugada, echó el cierre y se fue a su casa. Creía que el local estaba vacío, pero en uno de los cuartos de baño había un tipo durmiendo. A la mañana siguiente, los trabajadores de una oficina aledaña oyeron golpes y llamaron al dueño. Cuando abrió la discoteca, el atrapado salió triunfante con una copa en la mano. Fin de la historia. Mientras tanto, en Washington DC, Donald Trump hizo el recorrido desde su coche hasta el Air Force One con un trozo de papel higiénico pegado en el zapato. Los periodistas que le seguían se quedaron pasmados viendo cómo el presidente de los Estados Unidos subía todos los peldaños de la larga escalerilla sin percatarse de lo que iba arrastrando. Fin de la historia. ¿Qué pueden tener en común un trasnochador malacitano y el primer mandatario mundial? Aparentemente, no tienen nada que ver entre sí. Sólo aparentemente, porque las dos tonterías que ambos protagonizaron se encontraban en la escaleta de noticias del día del telediario de la tarde de, al menos, una de las grandes televisiones españolas. Y no fue un descuido o un recurso para rellenar, porque en el informativo de la noche, con una audiencia millonaria, volvieron a ser incluidas. No es un problema de las televisiones, que necesitan imágenes impactantes y que, al dirigirse a un público tan amplio, ofrecen informaciones ligeras. Las dos anécdotas -me resisto a llamarlas noticias- fueron recogidas también por pequeñas y grandes cabeceras, por periódicos regionales y nacionales, por nativos digitales y tradicionales de toda la vida. ¿Cómo es posible que todos, salvo honrosas excepciones, caigan en la misma trampa de convertir lo nimio en noticia? ¿Cuándo nos olvidamos los periodistas de que el espacio informativo es demasiado precioso como para rellenarlo con tonterías? Todo cambió el día en que los medios declinaron su responsabilidad y cedieron la agenda a las redes sociales. Y así estamos hoy, con los telediarios y las páginas digitales rebosantes de tuits y posts, enloquecidos con las llamadas tendencias.

No nos damos cuenta de que debiera ser al revés, es decir, que las redes tendrían que seguir las tendencias marcadas por los periódicos, como las siguen aún muchas radios y televisiones. Qué lejos queda aquella sentencia de Hegel: «Para el hombre moderno los periódicos son la primera oración del día». No tan lejos, pero ya décadas, en el desaparecido 'Diario 16', tras un muy arduo y muy poco sesudo debate, publicamos en portada una foto insólita. Era la imagen del entonces crack del fútbol Emilio Butragueño, en plena jugada, mientras se le veía el pene emerger por un lateral del calzón. La imagen, tomada sin darse cuenta por el gran Charly Monge, marcó un hito. Consiguió la mayor venta de la historia del periódico, que hubo de reimprimirse varias veces a lo largo del día. Hay que tener en cuenta que, entonces, solo había un sitio donde ver la foto: en el periódico; hasta llegamos a barajar no darla en portada para que fuera imprescindible comprar el ejemplar. Hoy se hubiera pirateado y estaría en las redes sociales mucho antes de que un diario consiguiera publicarla; es más, el propio diario se la hubiera regalado como carne fresca a los caníbales tuiteros. Aún hoy tengo la duda de si debimos publicar aquella foto y si no hubiera sido mejor enviársela, dedicada por el autor y con un tarjetón del periódico, a Emilio Butragueño. Claro que, en aquel tiempo, el diario marcaba la agenda y resultaba muy tentador que España entera hablara de nuestra portada. Hoy son las redes sociales las que dirigen la conversación. Incomprensiblemente, los medios informativos -empezando por las televisiones- dedican amplísimo espacio a recoger lo que dicen las redes. Que la agenda no es algo baladí lo muestra la etimología de la palabra, del latín agendum, lo que se debe hacer, y no por casualidad es sinónimo de diarium (diario) en la misma lengua. Aún y todo, habrá quien diga que da igual que la agenda la decidan unos u otros, incluso que las redes son más democráticas. Pero no, no da igual, porque cabeceras hay muchas entre las que elegir y, mal que bien, sabemos quién está detrás de cada una. Pero redes solo tenemos dos: O Facebook o Twitter. Y a saber quién está detrás.