Creo que no soy la única que alguna vez ha rescatado algo abandonado junto a un contenedor para darle una segunda vida. Cuando era pequeña e iba con mi abuelo de paseo, él siempre se fijaba en las cosas que la gente tiraba a la basura y si veía algo que podía aprovechar se lo llevaba.

A mí entonces, más moralista que el Papa, me daba vergüenza ver a mi abuelo rebuscar entre las cosas abandonadas fuera del contenedor y miraba para otro lado con cara de «yo a este viejo no lo conozco». Con una guita o un alambre lo arreglaba todo, a pesar de tener dinero para comprarse lo que quisiera. Siempre vivió por debajo de sus posibilidades. Era un estilo de vida completamente opuesto al consumismo actual.

El caso es que ahora, siempre que paso cerca de un contenedor y veo cosas fuera (no bolsas de restos órganicos, claro), pienso que alguien lo ha dejado visible para que otra persona lo aproveche. Por eso, he rescatado plantas, libros y muebles, que luego he reciclado con una mano de pintura. Otra cosa es dejar bolsas de basura con comida para gatos y perros callejeros que terminan esparcidos; tirar restos de uralita, escombros o productos industriales contaminantes. Hay basuras y basuras. Por eso donde unos ven incivismo, otros vemos segundas oportunidades.