Desperté del sueño de las vacaciones y Sant Antoni aún seguía ahí. Mostrando al mundo su peor cara, la de los borrachos vomitando en las papeleras, la de los vendedores de 'gas de la risa' a plena luz del día, la de la suciedad y los desmanes...Esa cara que sepulta bajo un lodazal la belleza de su bahía y de sus atardeceres, que no logra imponerse a la imagen, dolorosamente real, de un pueblo sin ley, donde todo vale y cualquier comportamiento es permitido. El último episodio, hasta el momento, de la degradación de Sant Antoni lo ha protagonizado una pareja de jóvenes turistas que decidieron practicar sexo en la acera, a medianoche, a la vista de todo el mundo. Quienes presenciaron el enésimo acto de incivismo en la localidad sintieron una profunda vergüenza, esa palabra que el turismo mayoritario de Sant Antoni, joven, británico y descerebrado, olvida desde el mismo momento en que baja del avión. Me gustaría pensar que el gobierno municipal siente sonrojo por lo que ocurre a diario en la villa de Portmany, pero a tenor de lo poco que hace para impedir las indignidades que se perpetran en sus calles, está claro que se la trae al pairo. Los anuncios de pomposos planes estratégicos para cambiar el modelo turístico para beneficio de un mediocre exalcalde de Barcelona no esconden la desidia con la que gobierna el que se vendía como gobierno del cambio. Con paso firme hacia el abismo.