Cualquiera que haya atravesado la orilla de Platja d'en Bossa de punta a punta estos días le habrá sorprendido el panorama. El paisaje de hamacas atiborradas y beach clubs envueltos por un hormiguero de público de otros años, hoy constituye un recuerdo del pasado. Incluso los establecimientos más afamados, aquellos que ejercen como abanderados del nuevo modelo turístico del lujo y se proclaman ejemplo de reconversión, desde la playa se avistan semivacíos y tristes.

La música sigue sonando en la mayoría de los locales que se suceden en la arena, pero su ocupación es insólitamente baja y sorprende la escasez de glamour. Más de la mitad de las hamacas que hay desplegadas están libres y, en algunos casos, las alquiladas no alcanzan un paupérrimo 10 por ciento. Algunos negocios, de hecho, ni se molestan en desplegarlas todas y las mantienen amontonadas frente a la orilla, afeando el paisaje y contribuyendo a la atmósfera decadente de una playa que parecía estar destinada a convertirse en el Miami ibicenco.

Hoy Platja d'en Bossa aguarda descuidada, desestructurada y con una extraña sensación otoñal en muchos tramos; como si en lugar de agosto estuviésemos en octubre y los negocios fueran a cerrar pasado mañana. Las bolsas de basura se acumulan aquí y allá, la arena está sembrada de plásticos, colillas y cápsulas vacías de gas de la risa, y en determinadas zonas numerosos jóvenes duermen la mona bajo el sol. Varios están como para que los retiren en ambulancia.

Hace unos años el resurgimiento de Platja d'en Bossa se nos antojó un milagro. Resultaba chocante que en un territorio con una urbanización tan descuidada, antiestética e inacabada, y con un mantenimiento nulo de sus infraestructuras, se apostara tan intensamente por el segmento del lujo. El caso es que en un primer momento funcionó. Se remodelaron hoteles, los restaurantes de toda la vida se transformaron en clubes de playa y se sustituyeron discotecas emblemáticas del pasado por otras nuevas.

El resto, sin embargo, quedó tal cual. Sorprendía que tantos turistas llegados de medio mundo aceptaran pagar unas cifras inauditas por alojamientos sobrevolados incesantemente por aviones y envueltos en efluvios fétidos de depuradora que además llegaban en oleadas hasta la misma orilla del mar. Aceras rotas, áreas de aparcamiento sin asfaltar y repletas de basura, baches y charcos, vetustas naves de servicios, bares chabacanos para turistas de borrachera, prostitución callejera, mercadeo incesante de drogas, legiones de vendedores ambulantes? Todo ello conviviendo con multimillonarios, procesiones de ferraris, reservados y zonas vip.

El efecto imitación se produjo al instante. Si en Platja d'en Bossa se podían cobrar esos dinerales con un simple lavado de cara de los establecimientos y ligándolos al segmento de la fiesta, el mismo concepto podía trasladarse al resto de la isla. Hoy, el fenómeno del lujo de cartón piedra se ha extendido por buena parte de nuestra geografía. Montones de negocios nuevos se siguen incorporando cada temporada y se ha generado una extensa oferta complementaria de concierge, chefs privados, transporte ilegal, alquiler de coches deportivos, etcétera. En paralelo, el coste de la vida -tanto para el turista como para el residente- se ha encarecido hasta límites inimaginables hace tan solo una década y numerosos visitantes, que no conocen los vericuetos de la isla, acaban volviendo a casa con la sensación de haber experimentado una permanente clavada. ¿Cuántos de ellos regresarán? ¿Qué porcentaje trasladará sensaciones positivas sobre la isla?

Aunque hay empresarios que se declaran convencidos de que el lujo constituye la gran panacea a la que debe seguir aspirando la economía pitiusa, la realidad parece demostrar lo contrario: hay establecimientos muy representativos de este segmento que ya llevan algunos años viendo cómo caen sus ventas. También encontramos nuevos hoteles de cinco estrellas y restaurantes suntuosos en otras zonas de la isla que han abierto imitando el modelo con unos precios disparatados y, pese a corregirlos por la escasez de demanda, sus expectativas de negocio se han frustrado por completo. Un paseo por Platja d'en Bossa hoy resulta especialmente inquietante porque obliga a reflexionar acerca de la posibilidad de que este fenómeno pase de moda a la misma velocidad con la que triunfó. Tal vez hoteles-discoteca y salas de fiestas sigan recibiendo miles de clientes todas las noches y los números se puedan ir más o menos cuadrando, pero el pinchazo de este año es patente a pie de playa y se extiende a otros lugares. Ahora que tantas empresas han apostado por el lujo, ¿éste ha decidido marcharse a otra parte? ¿Estamos ante una situación coyuntural o un cambio profundo de tendencia? ¿Será que los clientes del lujo han descubierto que no somos tan exclusivos y únicos? De ser así, ¿sabremos atraer de nuevo a las familias europeas de antaño? Lo iremos viendo las próximas temporadas, pero las alarmas están sonando.

@xescuprats