Este verano de 2018 ya se ha convertido en uno de los más trágicos que se recuerdan en Ibiza. Acabamos de sobrepasar el ecuador de agosto y se contabilizan al menos una docena de fallecidos por causas no naturales. Ha habido muertos por peleas, por sobredosis, otros que se precipitan desde los balcones y múltiples ahogamientos. Y como trasfondo de casi todas estas tragedias, la orgía permanente de drogas que se vive en la isla.

Al inquietante descenso en la actividad turística que se está produciendo este verano, y que afecta muy especialmente a la oferta complementaria, provocado en parte por el encarecimiento de los precios y el lastre en imagen que ha generado el sector del lujo, se suma ahora este cúmulo de tragedias y familias destrozadas. Ambas circunstancias proyectan a los mercados la percepción de que Ibiza, además de prohibitiva, resulta extremadamente peligrosa.

Cualquiera que se haya paseado este verano por las principales zonas de fiesta, habrá contemplado el dantesco espectáculo de un hormiguero de vendedores ambulantes y camellos que ofrecen droga y gas de la risa con total impunidad, prostitutas a la caza de clientes y, sobre todo, docenas de jóvenes que deambulan sin apenas tenerse en pie. A todo ello se suman abusos sexuales y violaciones, urgencias saturadas por sobredosis, continuos hurtos callejeros, peleas, etcétera.

La situación no es nueva, pero la sensación, con el incremento de víctimas y la escalada de descaro con que se realizan estas actividades ilegales, es que vamos cada año a peor y que el problema se le está yendo de las manos a las autoridades, en buena parte porque no cuentan ni por asomo con los medios necesarios para hacerle frente. Y, siendo realistas, lo más probable es que no dispongan nunca de ellos.

Hasta hace unos años, el turismo de desfase se concentraba únicamente en el West End y sus alrededores, y en las discotecas. Sin embargo, el problema de Sant Antoni -municipio que concentra mayor número de fallecimientos por causas no naturales este verano- se ha extendido también a Platja d'en Bossa, donde el nuevo segmento del lujo convive con idénticos síntomas: saturación de camellos, prostitución callejera?

Dejando al margen la tragedia que esas prometedoras vacaciones en Ibiza han supuesto para las víctimas y el riesgo gravísimo que se genera para los jóvenes residentes, con la tentación permanente de las drogas al alcance de la mano, encontraremos dos fuerzas radicalmente enfrentadas que pugnan entre sí. Por un lado, la triste necesidad de mantener un turismo de fiesta y descontrol, que sin la presencia del elemento drogas se iría a otra parte y dejaría huérfanos de actividad a múltiples establecimientos exclusivamente orientados a este público. Por otro, el imperativo de seguir proyectando al mundo una imagen idílica de destino vacacional paradisíaco sobre la que se sustenta todo el resto de la industria turística.

Como ejemplo de estas fuerzas enfrentadas, el debate que se ha suscitado alrededor del West End y que, como hemos visto, es igualmente aplicable a Platja d'en Bossa. Los empresarios de bares y salas de fiestas se lamentan por cómo ha disminuido su actividad por la reducción de los horarios decretada por el Ayuntamiento, cuya intención es evolucionar hacia otro modelo más sostenible socialmente. En paralelo, los hoteleros y restauradores que con gran esfuerzo inversor han modernizado sus establecimientos, orientándolos a un público más universal que no se espera encontrar semejante desmadre a las puertas. Hay que tener en cuenta, además, los múltiples proyectos de reforma de instalaciones hoteleras aún pendientes o en trámite en la localidad y que apuntan en la misma dirección.

Esta dicotomía que enfrenta y genera cada vez más tensiones entre nuestra industria turística y en toda la sociedad pitiusa, únicamente puede solucionarse con un debate profundo sobre el modelo turístico que se quiere para la isla y, sobre todo, de qué manera se afronta una reconversión gradual, a medio y largo plazo, para llevarlo a cabo. Y hasta que no se sienten todas las partes, se discutan los cauces de futuro y se establezca un plan estratégico serio y con compromisos reales, seguiremos viendo como la marca Ibiza se sigue erosionando a marchas forzadas.

Hubo un tiempo en que en la isla la oferta de ocio y turismo familiar convivían sin tantas tensiones ni conflictos. Sin embargo, en los últimos años ocio y lujo se han apropiado de tanto terreno que progresivamente se ha ido borrando del mapa a las familias. Tal vez haya que buscar la manera de deshacer parte del camino que se ha andado erróneamente. Lo que resulta evidente es que con más policías, que además no vendrán, no va a solucionarse nada.