No hay momento más peligroso para un partido de ordeno y mando (que en el fondo lo son casi todos) que intentar resolver una crisis de liderazgo con una consulta a las bases. Lo hizo la Alianza Popular de don Manuel Fraga y salió de la urna un calamitoso Hernández Mancha al que hubo que sustituir rápidamente por José María Aznar recurriendo al método digital de toda la vida. Lo hizo el PSOE posfelipista y los afiliados que pagaban cuota eligieron equivocadamente al compañero Josep Borrell como candidato a la presidencia del Gobierno votando en contra del candidato favorito del aparato que era Almunia, en aquel momento secretario general de la organización. La bicefalia duró poco, el aparato y sus poderosos aliados mediáticos maniobraron contra el intruso y el 'fuego amigo' acabó con la prometedora carrera del político catalán, al que luego se le buscó un dorado retiro en Europa. Y no fue esta la única ocasión en que se equivocaron las bases socialistas porque años más tarde, cuando todo estaba acordado para la canonización del inefable José Bono, los votos encumbraron a un candidato, Rodríguez Zapatero, con el que casi nadie contaba. Y algo parecido ocurrió recientemente con Pedro Sánchez cuando la candidata del aparato era Susana Díaz. Pero no solo los que votan se equivocan. El camarada Santiago Carrillo había organizado su sucesión en la secretaria general del PCE, propiciando el acceso al cargo de mi buen amigo Gerardo Iglesias, en la confianza de que el minero asturiano sería manejable, y se encontró con la amarga sorpresa de que tenía criterio propio y no se dejaba trastear.

Y tanto se enfadó el viejo ' apparatchik' con esa conducta insolente que acabó propiciando la escisión interna de la histórica organización al alentar la creación del llamado Partido del Trabajo, refugio de muchos militantes comunistas que, poco a poco, acabaron engrosando las filas del PSOE. Concluida la faena, Carrillo entretuvo su larga jubilación como tertuliano de lujo en la cadena SER formando tándem con Rodolfo Martín Villa, un conspicuo político franquista reciclado a la democracia. Digo lo que antecede, porque estos días las bases del PP están entretenidas en la tarea de elegir al sustituto Mariano Rajoy que ha reingresado en su plaza de registrador de la propiedad después de que la moción de censura le haya obligado a ceder la presidencia del Gobierno al socialista Sánchez. Con toda rapidez y discreción y sin haber insinuado siquiera quien era el candidato o candidata favorito entre los que aspiran a sucederle. El proceso electoral ya está en marcha y nos hemos encontrado con la sorpresa de que del casi millón de afiliados de que presumía el PP tan solo unos pocos miles están al corriente del pago de sus cuotas y por tanto tienen derecho al voto. Y si votan esos pocos pues tampoco les valdrá de mucho porque luego han de hacer lo propio los compromisarios, es decir, los cargos y otra gente del aparato que les pueden enmendar la plana. Visto lo visto, habrá que entender como una labor patriótica las imprescindibles tareas de recaudación que llevaron a cabo los ahora encarcelados Barcenas, Correa, Crespo y el Bigotes. Si casi nadie pagaba la cuota, ¿con que se iba a mantener la organización?