Del cerebro se sabe aún muy poco y cuanto más se estudia, más sorprende. No hace mucho leí que intentando medir la capacidad de memoria del cerebro como si fuera un ordenador, ésta sería de 2,5 millones de gigabytes. Lo que vendría a ser, algo así como, toda la información que apareciera en una televisión encendida ininterrumpidamente durante 300 años. ¡Impresionante!

Entonces, si tenemos tanta capacidad de memoria, ¿por qué olvidamos cosas? ¿por qué no recordamos todo? Imagino que es por pura higiene mental. Sería muy complicado vivir con tanto recuerdo agolpado. El cerebro nos cuida a su manera. Nos recuerda cosas y nos hace olvidar otras. Nos lleva y nos trae por donde cree conveniente. Lo que no quiere decir que el cerebro lleve siempre razón. Por muchos gigabytes que tenga, también se equivoca. No deja de ser humano.

Reconozco que tengo una memoria muy selectiva. Puedo recordar a la perfección una escena cotidiana de hace años, una escena sin ninguna importancia, y en cambio no conseguir recordar el motivo de una discusión vivida mucho más recientemente. Tengo un filtro muy fino para lo malo. Creo que lo malo, si puedo, no lo archivo. Cuando escucho a alguien decir eso de: «Perdono, pero no olvido», siempre me sorprende. Estoy convencida de que yo perdono porque realmente no me acuerdo de lo que pasó. Cosa que me hace ser muy poco rencorosa, pero desde luego sin ningún mérito. Volviendo a lo de los gigabytes, dándole vueltas al tema, pensé que yo entonces debía de tener muchísimo espacio libre. Si lo malo no lo almaceno y tampoco almaceno las fechas, ni las tallas, ni los precios, ni la mayor parte de los nombres de la gente que me presentan, ni el nombre de los actores, ni el título de los libros, ni un montón de cosas más, ¿qué guardo en mi cabeza? Así que, mientras barría el jardín, me puse a hacer una especie de recuento de recuerdos.

Y sí, ha sido un ejercicio muy interesante. Veo que lo que más guardo son momentos buenos, o muy buenos. También he visto que los malos están, no es que no los haya archivado, pero me costó muchísimo encontrarlos. Están ahí al fondo, escondidos. Como esas cosas que se guardan en un trastero y que si un día se prendiera fuego no echarías en falta ninguna. Incluso creo que los he guardado en blanco y negro. Seguramente así consumen menos bytes de esos. En cambio los recuerdos buenos, los que da gusto rememorar, están todos a mano, a todo color y en alta definición. Veo que con esos no escatimo gigas.

Así, mirando por encima, encontré muchísimas cosas. Encontré un montón de información de lo más dispar. Guardo datos rarísimos que no sé si algún día me servirán para algo. También hay música y libros y películas y un montón de historias que me ha ido contado la gente, vivencias de otros. Vamos, que a lo tonto, hay mucho más acumulado de lo yo creía.

La verdad es que me llevé una alegría con el recuento. Cuando sea vieja voy a estar muy entretenida. Digo cuando sea vieja, porque es en la vejez cuando uno hace más uso de todos esos recuerdos. Es cuando uno se dedica a rebuscar en la memoria y a revivir. A revivir momentos con todo detalle y sin ninguna prisa. Con total deleite. Creo que la vejez es el momento de disfrutar de lo vivido. El momento de encender esa tele del cerebro y ver tranquilamente la historia de nuestra vida.