Eran jóvenes oriundos de Marruecos, escolarizados en Cataluña y residentes en una pequeña ciudad (Ripoll) donde todo el mundo se conocía. «Buena gente», como dijeron sus vecinos. Estaban integrados, al menos en apariencia, y nada hacia sospechar que estaban implicados en un plan para provocar una matanza. Y tampoco tenían información los servicios secretos españoles ni las policías autonómica y estatal, pese a que estaba decretada la alerta 4 por amenazas terroristas y la CIA había advertido del riesgo de atentado en Cataluña hace meses. Los primeros sorprendidos por la súbita transmutación de jóvenes en siniestros terroristas fueron sus familias.

Nadie es capaz de encontrar alguna explicación racional al suceso (desarraigo social, fanatismo religioso, alucinación por drogas, etc.) aunque se apunta a la influencia perversa de un imán. Desgraciadamente, del testimonio de este hombre tampoco podremos sacar ninguna conclusión porque al parecer murió en el derrumbe de la casa donde acumulaban los explosivos. Como tampoco del testimonio de los terroristas supuestamente implicados ya que todos ellos fueron «abatidos», un término de uso eufemístico al que se recurre para evitar el más explícito de muertos por disparos de la policía. En cualquier caso, hay que dejar a los expertos la formulación de alguna teoría (choque de civilizaciones, venganza por las agresiones militares occidentales en países musulmanes etc., etc.) que explique este fenómeno que se conoce bajo la denominación de 'terrorismo yihadista'. Un fenómeno que apareció primero bajo la dirección de un ente fantasmal conocido como Al Qaeda y ahora por la de otro no menos fantasmal llamado 'Estado Islámico', que no es un Estado y tampoco completamente islámico porque está nutrido de combatientes procedentes de países occidentales.

Para el que esto escribe, que tiene una visión provinciana de la vida, es complicado abrirse paso entre la maraña de informaciones sobre la «amenaza terrorista global» y sobre la forma de combatirla. Y no deja de inducirle a confusión el cruce de acusaciones entre las monarquías petroleras y Qatar sobre quien financia el terrorismo.

Al margen de todo ello, los dolorosos atentados de Cataluña han servido para explicitar el soterrado enfrentamiento entre el Gobierno central y el autonómico que no respeta funerales ni periodos de luto pese a las buenas palabras. Puigdemont se apresuró a dejar claro que el tremendo suceso no iba a alterar para nada el proceso soberanista. Y el consejero de Interior de la Generalitat, al hacer recuento de las víctimas y de sus nacionalidades, distinguió entre las catalanas y las españolas como si el pasaporte ya fuera diferente.