Su talante mudable le ha dado a febrero cierta mala fama de mes hosco y tarambana. El dicho popular «febrer, febreret, set capes i un barret» habla de la chaladura que, sin aviso, hilvana tormentas y bonanzas. Y es que febrero era y sigue siendo la bisagra entre un invierno que se nos va de mala gana y la incontenible primavera que en las islas se anticipa siempre. Los tímidos brotes que ya el mes pasado daban un indeciso y tierno rosicler a los almendros, hacen de los campos jardines en febrero. Ver en los atardeceres de Corona el encendido rojo de las tierras férricas cubiertas de la nevada flor de los almendros raya el límite de la belleza que uno puede soportar. En una paz antigua y expectante, llueve y solea en febrero sobre los campos dormidos, cuando, sorpresivamente, la floración estalla lujuriosa. Trepa por los muros la vidriera, la flor del sueño extiende sus alfombras amarillas bajo los olivos, la Hippocrepis baleárica crece sin agua en los roquedos y las abejas liban enfebrecidas los narcisos, los azules nazarenos, las primeras orquídeas y el humilde romero que, con su aroma, perfuma la garriga. El paisaje despierta la envidia de los dioses.

En los campos se decía que «febrer ja és jornaler» porque en estos días se plantaba el granado. Y la higuera, siempre lejos de su madre, para que, consentida, no creciera esmirriada. En febrero se trasplantaba el limonero y era también el tiempo de podar los olivos y los algarrobos, de arar y entrecavar. Y de sembrar con luna vieja las patatas. Y había, también, quien aprovechaba para capar a los cerdos. Cuando viví en Labritja, a mossènyer lo venían a buscar algunos payeses porque aquel santo párroco era un magnífico capador. De los febreros vileros recuerdo ventarrones sobre Santa Lucía. En el baluarte soplaban más y volábamos cometas. Las construíamos como podíamos, con cualquier sábana rota, papeles y cañas. Algunas veces se nos escapaban y terminaban sobre los tejados de la Marina. Y de los febreros recuerdo, sobre todo, maravillosas gripes y catarros providenciales que nos libraban de la escuela. Eran días felices que holgábamos en casa con cromos y tebeos.