Alguien se imagina a un empresario calculando sus ganancias sin restarle el coste, sin tener en cuenta la luz que paga, el sueldo de los empleados o los impuestos? Pues eso es más o menos lo que hacemos cuando nos jactamos alegremente de que al aeropuerto de Ibiza han llegado casi cuatro millones de pasajeros en siete meses. O cuando enarbolamos como bandera de nuestro éxito que los extranjeros se gastaron 1.823 millones en septiembre en Balears o que el gasto turístico se incrementó un 6,1 por ciento.

El gasto de los turistas, el incremento de pasajeros o el aumento del turismo náutico no nos ofrecen el escenario económico completo, no nos restan los elevados costes que sufre nuestro territorio con cada nuevo ´éxito´ turístico ni el daño a nuestros recursos hídricos ni lo que la saturación de barcos supone para nuestros fondos marinos (es increíble que haya aún quien diga que hay que potenciar el turismo náutico). Es como si tuviéramos un contable que, al presentarnos las cuentas, nos mostrara las ganancias completamente en bruto y vestido de payaso para confundirnos, sin restarle ni los impuestos ni las compras ni los sueldos de los empleados ni la luz. Como si nos estuviéramos haciendo millonarios de repente. Eso hacen nuestros políticos y los lobbies de presión que mandan sobre ellos, presentarnos los datos de una empresa sin costes, sin gastos generales. Y vestidos de payasos para despistarnos. Y vistiendo a perros de cartón piedra de payasos y mostrándolos en ferias para atraer a más turistas y seguir vendiéndonos datos fraudulentos de beneficios sin costes.

Pero es que aún hay mucho más que el desgaste de nuestro territorio, que vendría a ser macroeconomía, porque el gasto de los turistas no cuenta el cristal de ese escaparate que ese tendero ha tenido que cambiar tres veces porque los mamarrachos borrachos de Sant Antoni se lo han roto a botellazos. Tres veces. No cuenta. Ni cuenta el coste de los servicios de seguridad privada que algunos negocios se ven obligados a contratar para impedir los robos asociados al efecto llamada que los sitios turísticos y masificados producen para todo tipo de delincuentes.

No cuentan lo que pierden todas las víctimas de cada uno de los delitos que se cometen en esta isla en la que medran las mafias por mor del tipo de turismo que potenciamos. No cuenta lo que se han gastado en ese alquiler de coches reparando el techo sobre el que bailaron sus clientes. No cuenta el coste sanitario por todos los drogados y borrachos que acaban colapsando las urgencias del hospital (cierto es que los extranjeros pagan al Ib-Salut por algunos servicios, pero no tengo muy claro que ese dinero repercuta en el bien de las islas). Ni cuentan los riesgos de unas carreteras también saturadas y llenas de fitipaldis de tres al cuarto que creen que tener dinero es poder hacer lo que quieran en Ibiza. No cuentan el coche destrozado de mi vecina ni el coste sanitario de la recuperación de sus heridas. No cuentan las noches sin dormir ni las pastillas que toman los vecinos de Platja d´en Bossa ni lo que cuesta en Sant Rafel la limpieza de toda la basura que dejan junto a la carretera los clientes de las discotecas.

Los datos no cuentan lo que nuestros ayuntamientos se gastan en reparar lo que rompen nuestros ilustrísimos turistas ni que hay que poner más servicios de limpieza. No cuentan, y volvemos a la macroeconomía, los incalculables destrozos a nuestro medio ambiente, los metros de posidonia arrancada por nuestro lujosísimo turismo náutico, los caballitos de mar muertos en Talamanca, la necesidad de seguir construyendo infraestructuras, ampliando puertos, abriendo desalinizadoras que matan la vida marina en las costas a las que se vierte la salmuera. Todo eso no parece contar cuando nos anuncian las enormes cifras del turismo. A mí me asustan los incrementos, y más miedo me dan los lobbies del dinero sin moral y sin fronteras que aún presionan para que estas islas machacadas reciban más turistas.

El coste del turismo cobra unas dimensiones especiales en lugares como Ibiza y Formentera; tiene su propia idiosincrasia. Y no tenerlo en cuenta es ser un empresario de pena al que el negocio se le va a ir al garete. Quien no cuida su negocio lo pierde, y cuidarlo no significa permitir que el cliente te destroce el chiringuito ni prometer más servicios de los que se pueden ofrecer ni llenar por llenar. No entender que ya hemos rebasado el momento en el que aumentar el número de turistas ya aporta más pérdidas que beneficios viene a ser como negar el cambio climático. Hay que cambiar de contables.