El emisario de Talamanca ha vuelto a reventar, se reproduce el lío con los concesionarios de hamacas, no nos garantizan el servicio de agua en verano... En Ibiza, en cuanto atisbamos la temporada, la historia se repite. Seguro que también volveremos a soportar salvajes party boat, rave ilegales en casas de campo, urgencias colapsadas por turistas desatados, discotecas que incumplen clamorosamente los horarios en las fiestas de apertura, carreteras colapsadas y toda esa sarta de abusos y molestias que conlleva ser una potencia turística mundial.

Ciertamente, hay desajustes que son inevitables y, como mucho, se podrán ir corrigiendo a largo plazo, con gran esfuerzo. Como vivimos de ello, nos la tenemos que envainar. Sin embargo, existen otras polémicas que también escandalizan a la opinión pública y cuya resolución únicamente depende del celo y la voluntad institucional. Me refiero, en concreto, al tradicional desparrame que organiza la cervecera Heineken en la isla, coincidiendo con la final de la Champions, que en las dos temporadas anteriores tuvo lugar en s´Estanyol.

Aunque el año pasado la fiesta acabó como el rosario de la aurora, la multinacional holandesa ya está promocionando en distintos países su fiestón ibicenco. Es como si dieran por supuesto que la sociedad pitiusa y sus instituciones se han olvidado, de un año para otro, de sus flagrantes incumplimientos, su soberbia con los vecinos y su irrespetuoso comportamiento.

Incomprensiblemente, el año pasado, pese a las protestas y la reacción social tras la edición de 2014, el Consell, el Ayuntamiento de Santa Eulària y, sobre todo, la Demarcación de Costas autorizaron a Heineken y a la empresa pitiusa que se ocupa de la organización una nueva edición de la juerga playera en idéntico escenario. En 2015 se subrayó a los promotores la prohibición de acotar la playa, a lo que estos respondieron con el despliegue de un aparatoso servicio privado de seguridad que impedía el paso a todo aquel que no tuviese invitación. Se privatizó, de facto, un espacio público en contra de la voluntad de las mismas autoridades que habían concedido el permiso.

Además, se instalaron pantallas gigantes sin autorización, se dispusieron plataformas flotantes ilegalmente, se ocupó el chiringuito de la playa instalando una zona VIP -con el agravante de estar precintado por el Ayuntamiento-, se llenó la orilla de sofás, setas calefactoras, tumbonas, mesas y todo tipo de mobiliario no autorizado y, para colmo, se disparó una lluvia de confeti que ensució gravemente la playa. Varios días después, los fondos marinos de s´Estanyol, tal y como pudimos comprobar en un vídeo que miles de ibicencos compartieron en las redes sociales, estaban hechos un vertedero.

La Guardia Civil levantó una denuncia confirmando todos estos extremos y alertando del potencial riesgo que corrieron los asistentes, al instalarse una de las macropantallas sobre el mar. Pese a todo, el nuevo equipo de gobierno del Consell Insular, que aterrizó en plena polémica, tuvo que pedir explicaciones a Costas, el organismo con más competencias para sancionar, por su inmovilismo en este asunto. Al final la presión surtió efecto y Costas, en el mes de octubre, multó a Heineken con 7.400 euros. Desconozco con qué márgenes sancionadores opera este organismo, pero tras toda la campaña internacional, la costosísima organización e incluso pasear por Ibiza a astros del fútbol como Roberto Carlos, que prácticamente cobran por respirar, no debió ni de hacerles cosquillas.

Que Costas -o cualquier otra institución-, vistos los antecedentes, concediese de nuevo a Heineken permisos especiales para celebrar festivales de esta magnitud en suelo público, resultaría incomprensible y una tomadura de pelo a los ciudadanos. De momento, hay que felicitar al Ayuntamiento de Sant Josep, que ha sido el primero en denegar el permiso para organizar parte del evento en Platja d´en Bossa. Lástima que no haya aplicado la misma firmeza a la hora de conceder la licencia para instalar ese colosal y vergonzoso mamotreto, en forma de pantalla, en un hotel aledaño.

Si la cervecera se empeña en celebrar su fiesta pitiusa, que ocupe hoteles y cierre discotecas en exclusiva. Pero no sería admisible que se le facilitase la posibilidad de volver a privatizar una playa -aunque sea por unas horas-, organizar party boats multitudinarias o cualquier otro atropello de calibre semejante. Si hay voluntad de cambiar las cosas, ésta es una buena oportunidad para dar ejemplo.