Un medio de comunicación de Ibiza publicó un día en su web la foto de un coche lleno de sangre tras caer sobre él una persona desde un balcón. Cuando, en Twitter, un lector les recriminó lo inapropiada, gratuita e innecesaria que era tal imagen, el responsable del medio le contestó que si a él le había molestado, a ellos, en cambio, les había aportado miles de entradas en la web. Y esa es la filosofía que al parecer prima en buena parte del periodismo actual. Todo lo que consiga lectores, sea al precio que sea, bienvenido es. Hace pocos días, un colega de profesión venía a decirme que no vale la pena esforzarse en sacar informaciones serias si luego, las noticias (si es que pueden llamarse así) que la gente lee son las chorradas sobre Gran Hermano, las peleas entre famosos o supuestos reportajes superficiales sobre cómo peinarse las cejas o cómo se depila el ombligo Hugh Jackman.

No estoy de acuerdo. Y no me refiero a si Jackman debe depilarse o no. El periodismo vale la pena, pero no hay que confundirlo con cualquier cosa que salga en un medio de comunicación o en cualquier blog. De la misma manera que el libro de Belén Esteban no puede considerarse literatura, no todo lo que se presenta en formato título+subtítulo+texto es periodismo. Y los que hacemos periodismo no podemos valorar nuestro trabajo en función de las entradas (o sea, supuestas lecturas) que tenga en una web lo que escribamos, porque sabemos que en esta sociedad prima el garrulismo y la superficialidad. Nuestro trabajo, precisamente, es contrarrestarlo, porque no podemos ni debemos sustraernos a la realidad de que los periodistas tenemos una responsabilidad social, un compromiso en la configuración y la formación de la sociedad en la que vivimos y en el mantenimiento de sus valores, lo queramos o no. Es lo que hay.

Tenemos que decidir qué tipo de público lector queremos, si optamos por la cantidad o por la calidad, pero, sobre todo tenemos que decidir si hacemos periodismo o hacemos otra cosa, porque yo al menos, y faltaría más, me niego a llamar periodismo a lo que se hace en programas como Sálvame, lo que se publica en el Pronto o lo que hacen en las tertulias matinales de casi todas las cadenas, y resulta que, tristemente, ese tipo de información bastardeada que todos ellos ofrecen se abre hoy camino entre las noticias reales de todos los medios de comunicación. Llámalo como quieras, pero sigue sin ser periodismo.

Y no significa todo esto que no tengamos que aspirar a obtener miles de lectores para nuestras informaciones, ni que tengamos que contentarnos con menos: es que nuestro trabajo es, precisamente, vender la información que poseemos de forma que tenga el mayor número de lectores, que todos ellos lleguen al final del último párrafo, y sin necesidad de rebajar el nivel de los temas que tratamos. Tenemos que vender un producto bueno y competir. Pero claro, para eso se necesita esfuerzo, y sospecho que cada vez somos menos los que, conscientes de la responsabilidad del periodismo, estamos dispuestos a esforzarnos para que nuestras noticias, tanto si hablan de economía como si hablan de arte o de drogas, sean más leídas que los comentarios sobre el próximo expulsado de Gran Hermano o si la famosa de turno se ha vuelto a operar las tetas. Nunca dejaré de creer que el esfuerzo vale la pena.

Cuesta más trabajo, lo sé, hacer periodismo que escribir basura para un público medio tipo Sálvame, pero es que el periodismo es eso: trabajo.

Y si no estás dispuesto a soportarlo, dedícate a otra cosa.