Podemos es mucho más que sus mediáticos y bregados dirigentes nacionales, mal que les pese. La bisoñez y falta de definición política de los militantes de esta formación, aún en pañales, les lleva a cometer sorprendentes errores de bulto. Cuestionar el uso del catalán en una asamblea política (o de cualquier cariz) en Ibiza a estas alturas causa estupor. Hace años que este debate está más que superado, y resulta hasta incómodo que haya que recordar a algunos que en las islas se hablan dos lenguas y que cualquiera tiene el derecho (faltaría más) a expresarse en la que prefiera. No es la mejor tarjeta de visita para un partido que se presenta como una opción transversal, que pretende atraer a personas desencantadas de todas las opciones políticas y que tiene como bandera la democracia y la participación ciudadana.

Las bases de Podemos se enfrentan a un reto difícil, que es crear de la nada en apenas un año una estructura de partido capaz de concurrir a unas elecciones generales que podrían ganar, según las encuestas que aterrorizan a PP, PSOE y a más de un empresario. En este camino complicado, enredarse en cuestiones absurdas, como el uso de la lengua, solo sirve para crear un conflicto inútil y desviarse del objetivo, que es articular una estructura eficaz que dé respuesta al anhelo de cambio de muchos ciudadanos asqueados con esta España hundida en el fango por chorizos y sinvergüenzas que se han apropiado de los engranajes del Estado.