Las antiguas canciones ibicencas, esas que la tradición oral ha ido transmitiendo de generación en generación, relatan que los piratas norteafricanos tenían la costumbre de desembarcar en nuestra costa para esclavizar a las doncellas y arramplar con cualquier cosa que despertara su codicia. Hoy las muchachas ibicencas, a este respecto, ya se encuentran a salvo, aunque los bucaneros siguen frecuentándonos con regularidad. Un buen número de ellos campa a sus anchas por la isla, camuflados bajo empresas y negocios, y el resto viene de vacaciones.

Desde que Eivissa es un destino turístico internacional, la piratería se ha centrado mayoritariamente en el tráfico de sustancias estupefacientes, la prostitución y, por encima de todo, la especulación inmobiliaria, actividad que proporciona pingües beneficios sin conculcar de manera tan descarada la legalidad vigente. Mientras estos advenedizos sin escrúpulos han hecho y desecho a su antojo durante décadas, los ibicencos nos hemos dejado pisotear como si llevásemos la mansedumbre impresa en el adn.

Nuestra pasividad y silencio se ha traducido en urbanizaciones sobre acantilados y hoteles desproporcionados en las playas. En muchos casos ni siquiera han sido dotados de las infraestructuras más elementales, esas que habrían evitado la podredumbre de nuestro entorno. Ahora la concienciación y la respuesta ciudadana es mayor, pero los filibusteros siguen hallando recovecos legales y complicidades burocráticas con los que seguir succionando la agotada teta pitiusa.

El último y funesto capítulo de piratería ambiental lo tenemos en el islote de Tagomago, que un inmobiliario teutón ha decidido reconvertir en beach club y residencia privada de multimillonarios, aunque para ello tenga que pisotear las leyes ambientales que envuelven este entorno protegido, así como la voluntad de los ibicencos y sus instituciones.

Los pescadores de gerret, que tienen en la costa de Tagomago uno de sus principales caladeros, ya no pueden faenar a gusto porque los amarres de la propiedad, que tampoco disponen de licencia, representan un peligro insalvable para sus redes. Una actividad ancestral limitada drásticamente por el rodillo especulativo de los dueños del islote, que consideran suya tanto la tierra firme como los fondos marinos que la envuelven.

Las mismas boyas y los mismos muertos que, según argumentaba la propiedad para justificar el aluvión de obras realizadas, forman parte de unas instalaciones destinadas a la observación y el estudio de las aves protegidas. Una tomadura de pelo tan absoluta como impúdica. Este exclusivo mirador de halcones y cormoranes únicamente se utiliza para el fin con que fue concebido: beach club y espacio para fiestas multitudinarias al aire libre hasta altas horas de la madrugada, con vastos escenarios, gran potencia de sonido e iluminación a base de focos láser. O las aves se acostumbran al pop ucraniano y a luz artificial en dosis elevadas o tendrán que huir a otro entorno en el que puedan criar en paz a sus polluelos.

Durante el verano, quienes hemos tenido oportunidad de navegar por el entorno de Tagomago hemos visto una aglomeración impresionante de lanchas, un chiringuito al que se le ha dotado de una nueva estructura desmontable para albergar un solárium y un helicóptero que va y viene, provocando gran estruendo.

Las autoridades de la isla siguen amenazando de boquilla y aseguran estar dispuestas a hacer todo lo que esté en su mano para que el atropello de Tagomago no se perpetúe en el tiempo. Ahora afirman que la conselleria de Medio Ambiente ya ha abierto un expediente informativo por la última fiesta. Sin embargo, no hay que olvidar que se trata de la misma institución del Govern que en su momento les dejó en la estacada, al dar el visto bueno a las numerosas irregularidades que se han producido y que incluso la Justicia ha investigado.

De ahí poco cabe esperar. Si los políticos pitiusos de verdad quieren frenar este atropello, tienen muchas armas a su alcance. Por ejemplo, mandar a una legión de inspectores de todas las materias o presionar a través de sus partidos en Palma y Madrid, ahora que se aproximan las elecciones.

Tagomago ya no es tanto una cuestión de medio ambiente, como de amor propio. Constituye la metáfora perfecta del poderoso y su red de aliados contra la voluntad de todo un pueblo. Ese mismo que no quiere seguir contemplando cómo Eivissa va quedando sepultada por la codicia, hasta transformarse en un territorio sin raíces, sin belleza y sin futuro.

Por suerte, a veces se producen pequeñas victorias que nos permiten abrigar cierta esperanza. Felicidades a la Asociación de Afectados por la Cantera de Ses Planes, que con su tesón han logrado que la propiedad renuncie a construir una planta asfáltica en este paraje.