Cis Lenaerts era uno más de aquella generación de creadores que llegó a Ibiza en la segunda o tercera oleada, justo a principios de los 70.

Su búsqueda de la belleza le llevó a lo que él llamaba su «paraíso». Se enamoró del paisaje y la arquitectura, de la gente y la cultura, del ambiente cosmopolita de artistas de todo el mundo que, como él, construían en la isla un lugar abierto a la libertad. Como arquitecto buscó la esencia de Ibiza sin caer en el pastiche y trabajó para asegurar para el futuro esas formas ancestrales que siempre parecen nuevas. Mantuvo un compromiso ético con la isla que le había enganchado y no dudó en denunciar los males del urbanismo desbocado y de la construcción sin control, hasta llegar a las autovías, que consideraba «el último disparate». Pero a pesar de los cambios y de la reducción del paraíso, nunca huyó. También fue un hombre comprometido con la lucha por los derechos de los discapacitados y desde su silla de ruedas batalló para la eliminación de las barreras arquitectónicas. Como artista no abandonó la búsqueda hasta el último minuto, empeñado en hallar la perfección, la ´circulatura´ del cuadrado. Su último regalo estará colgado hasta final de año en Can Botino, un reducto del paraíso.