Cuando los mallorquines, hace 25 siglos, todavía se vestían con pieles y vivían en cuevas, Eivissa ya era una ciudad con 5.000 habitantes, murallas, templos y una frenética actividad comercial. Barcos llegados de todo el Mediterráneo cargaban y descargaban en el puerto (el mismo puerto de ahora) todo tipo de mercancías. En las mismas calles por donde hoy caminamos había factorías de alfarería, talleres de púrpura y otras industrias. Frente al páramo comercial y social que era Mallorca en aquellos siglos, Ibosim ya estaba en el mapa y si alguien en el extranjero quería saber dónde estaba Mallorca había que decirle: «Es una isla que está al lado de Ibosim». La ciudad de Palma no sería fundada hasta el 123 antes de Cristo, cuando la de Eivissa ya llevaba existiendo 500 años, nada menos.

Sentado este precedente histórico, conviene detenerse en la inercia que Mallorca presenta desde hace décadas a la apropiación indebida de cosas que no son suyas. El intento de arrebatar a Eivissa la raza autóctona del ca eivissenc -la más antigua de Balears y con clubes repartidos por todo el planeta- demuestra hasta dónde pueden llegar algunos políticos y no políticos mallorquines para apoderarse indebidamente de aquello que, por naturaleza, nunca podrán tener. El intento de renombrar al ca eivissenc o podenco ibicenco como ´podenco autóctono de Balears´ no pasaría de ser una patética mezquindad digna de mover a compasión si no fuera porque es solo un ejemplo de un modo general y habitual de actuar.

Cabe recordar, por ejemplo, que no pasaron diez años desde que Eivissa logró el galardón de Patrimonio de la Humanidad hasta que Mallorca consideró que no podía ser que ella no tuviera lo propio. Para ello consiguió que la Serra de Tramuntana -que en valores naturales no aventaja demasiado a es Amunts- obtuviera este galardón, al igual que el canto de la Sibil·la, cuyo interés etnológico queda bastante eclipsado al lado de nuestras seculares caramelles.

Y, dado que la naturaleza ha privado a Mallorca de cualquier cauce fluvial, también ha intentado recientemente hurtar a Eivissa el único río que existe en Balears, así reconocido desde que los fenicios pusieron pie en esta isla, pero que el Govern trató de renombrar como ´torrente de Santa Eulària´, en otra desternillante demostración de hasta dónde puede llegar el sentimiento de inferioridad de la isla hermana.

Cada poco tiempo (a diario, en realidad) Mallorca brinda ejemplos de esa especie de animadversión que profesa hacia Eivissa. Y sin embargo la historia es cíclica y puede acabar por repetirse, incluso al cabo de 25 siglos. Desde hace unos años, Mallorca está evidenciando preocupantes síntomas de fatiga económica, de debilidad turística y de decadencia general, mientras Eivissa sigue despegando, impasible ante la crisis, al menos en sus grandes cifras. Así lo revelan, una tras otra, todas las estadísticas que se van haciendo públicas sobre creación de empresas, empleo, ocupación hotelera... Y, además, hace ya años que Eivissa, a veces para bien y a veces para mal, es más conocida mundialmente que Mallorca, cuyo brillo parece apagarse de forma progresiva. Nuevamente, la mejor manera de responder a un extranjero qué es Mallorca consiste en decir: «Una isla que está al lado de Eivissa».