El secretario insular de UGT, Diego Ruiz, constata perplejo que es «bastante decepcionante» la participación en la manifestación del 29 de abril en Ibiza. Lo que Ruiz no llega a ver es que ello no se debe a la falta de descontento de la gente, sino a la falta de confianza en que los sindicatos tengan la solución de sus problemas. No suelen reconocer los sindicatos que la gente no secunda manifestaciones y huelgas porque no las ven útiles. Y porque se han percatado de que los sindicatos sobreviven a base de subvenciones del dinero de los impuestos: no viven de su afiliación, que no llega al 16% de los trabajadores, no son propensos a pagar sus cuotas y ni siquiera acuden a sus mermadas manifestaciones.

Los líderes sindicales han reducido su discurso a estereotipos repetidos: exigir que la economía vaya bien, que el Estado multiplique subvenciones inagotables y perennes o denigrar al PP. Sin propuestas acordes a la situación, son previsibles sus exigencias de que llueva el bienestar económico y su negativa a adaptarse a la realidad de una economía en crisis. La «ciudadanía» a la que llaman y no les sigue reacciona a la crisis buscándose la vida en la economía sumergida y el entorno familiar, no va detrás de sus lemas politizados ni hace bulto tras sindicatos que ante la sede del partido del Gobierno demuestran la ideología política que les mueve con modos más o menos insultantes.

Porque su modelo no se basa en argüir sino en acusar y en olvidar sus propias responsabilidades: lo que hicieron durante la bonanza económica estos sindicatos pagados por todos es un misterio. Participan, sin necesidad de demostrar sus méritos, en multitud de consejos de administración, pero hay que preguntarse qué hacían en ellos, por ejemplo cuando delante de sus narices saqueaban el dinero de las Cajas unos dirigentes sin escrúpulos. Los sindicatos que justifican sus subvenciones con su vigilancia fueron ignorantes, o hay que suponerlo así, de lo que se cocía en esas instituciones de las que se beneficiaban. Y ahora no dan cuentas de su pasividad a la sociedad que les paga para evitar los abusos que no evitan.

Cuando Ruiz dice «yo ya no sé qué tiene que pasar en este país para que los trabajadores y los ciudadanos en general reaccionen», también podría entenderse que clama porque trabajadores y ciudadanos en general reaccionen contra la costosa ineficacia de los sindicatos. Lo que no reconoce es su propia incapacidad de ver que los ciudadanos no se quedan quietos aunque no confundan su reacción con la que cree él la única posible.

Prediquen con el ejemplo, renuncien a la mamandurria, vivan de lo suyo, bajen al tajo, y puede que la gente les siga; aunque les queda un largo trecho para recuperar la confianza de esa «ciudadanía» que les llena la boca y el bolsillo. Pero pocos esperan de ustedes, y ustedes menos que nadie, verles renunciar a sus prebendas.