En una preciosa librería en el mercadillo de Las Dalias hay obras en 25 lenguas diferentes. Metáfora de una Ibiza real y cosmopolita que las intrigas lingüísticas excluyentes luchan por empobrecer. Sus estanterías ni marginan ni favorecen lenguas. Cuando el Parlament balear asume el mandato de las urnas de abolir el requisito de la lengua catalana en la Administración, la trama de utopía e intereses urdida a la sombra de una ley nada ecuánime gime alienada por el voto libre que empantana sus planes. Si su razón fuera usar la lengua propia preservarían también el derecho de los otros a usar la suya. Pero sus razones las genera una ideología: el derecho de la lengua catalana a imponerse en un territorio, el balear.

El problema del ideólogo es que el proyecto de sociedad con que sueña requiere la atrofia de su sentido de la realidad: no ven la estructura de la población que en el siglo XXI habita las Baleares. Aceptar la realidad no cabe en sus alternativas porque contradice su sueño. No han sabido ver que la imposición del catalán generaba la reacción natural de la gente contra todas las imposiciones. Ni que usaban el mismo método que decían detestar: implantar una lengua desde el poder con la excusa de identidades y derechos históricos o territoriales, marginando la lengua de uso general en muchos casos. Pero ante todo han despreciado el derecho elemental del ciudadano a elegir la lengua de sus hijos en la enseñanza y defendido que tal derecho es exclusivo de su sueño catalanista.

La cosecha de su utilización política de la enseñanza es que se les tache de dictadores en justicia, porque cada vez que tuvieron ocasión impusieron su intolerancia, en una sociedad que destaca por la variedad de lenguas y el afán de entendimiento. Se han dejado encantar por iluminados que anteponen la sociolingüística a la libertad personal. No sopesaron la antipatía creciente de los obligados y excluidos, que ahora pasa factura. La factura no va como ellos dicen contra la lengua catalana, sino contra la cuota de poder que se han apropiado en la Administración. Pero hay cuentas que no se saldan con una reforma legal, como la división de la sociedad que fomentaron y que han explotado con la mamandurria de nóminas, cargos políticos y administrativos y abundantes y subvencionadas publicaciones sin lectores. Son causantes de esa marcha atrás en el entendimiento social y sus fantasías las achacan paradójicamente a quienes son víctimas de su política lingüística. Hasta exportaron misioneros del adoctrinamiento al vaticano del catalanismo, la Generalitat, con zelotes puntillosos en controversias más propias de dogmas perennes que de lenguas vivas. Solo el tiempo nos dirá si los zelotes han contribuido más al embalsamamiento que a la resucitación del catalán en Ibiza.