Un devastador incendio forestal ha provocado esta semana la peor catástrofe medioambiental que ha sufrido Eivissa. El siniestro ha vuelto a cebarse especialmente en el municipio de Sant Joan, tan castigado en los últimos años por el fuego, y ha afectado también a una zona mucho más reducida de Santa Eulària. Unas 1.500 hectáreas de bosque han quedado carbonizadas y el espeso manto verde que cubría uno de los grandes pulmones naturales de la isla se ha convertido en apenas tres días en un paisaje desnudo, ceniciento y desolador.

Las escenas del fuego descontrolado arrasando desde Morna los montes de la sierra de sa Mala Costa y todo el entorno de Sant Joan, Portinatx y Sant Vicent de sa Cala afligen a cualquier persona sensible y han causado una enorme ansiedad en todos los vecinos de la zona, que veían como las llamas se acercaban dramáticamente a sus viviendas y amenazaban vidas y bienes. Por fortuna no se han registrado daños personales, aunque los materiales están aún por determinar y los ambientales son incalculables y, en algunos casos, irreparables.

El desastre ya es irreversible, pero resulta indispensable de una vez por todas extraer conclusiones de lo sucedido para que no haya que estar cada año entonando los mismos lamentos. Una vez sofocado por completo el incendio, han de investigarse a fondo las razones por las cuales alcanzó tan incontrolables proporciones, si todas las decisiones se adoptaron correctamente y a su debido tiempo, si en los primeros momentos se ofreció información exacta a los responsables o si hubo reacciones tardías o evaluaciones incorrectas del riesgo potencial que retrasaron o debilitaron los medios necesarios para atajarlo. La capacidad de actuar con prontitud y eficacia es clave para minimizar los efectos de cualquier catástrofe y los errores de los primeros momentos pueden agravar sus consecuencias.

En la lucha contra los incendios forestales se ha avanzado mucho. La presencia permanente en Eivissa de al menos un avión y un helicóptero durante los meses de mayor riesgo ha sido un avance crucial, y de hecho la superficie arrasada por el fuego había caído drásticamente en los últimos años. Sin embargo, hay que tener prevista también una respuesta rápida ante cualquier alerta en los meses en que el dispositivo estival contra incendios no está desplegado; en esas épocas las Pitiüses están muy desprotegidas y por tanto los protocolos de actuación deben ser más rigurosos y eficaces.

No hay soluciones milagrosas que conjuren todas las eventualidades, pero es evidente que hay que hacer bastante más de lo que se ha hecho hasta ahora. Cuanto más numerosos y mejores sean los medios disponibles, especialmente los aéreos, más fácil será combatir cualquier suceso imprevisto; sin embargo, no basta con acumular recursos humanos y materiales o reducir al máximo el tiempo de respuesta de los medios que no es posible tener en Eivissa. La prevención pasa también por una adecuada política forestal, por la protección de nuestros bosques mediante una conservación activa que los mantenga limpios de maleza, con vías de acceso abiertas estratégicamente para poder adentrarse en ellos en casos de emergencia y con cortafuegos para que ningún incendio pueda arrasar grandes extensiones con tanta facilidad. Un objetivo y una responsabilidad que el nuevo presidente del Consell bien podría encomendar al alcalde de Sant Joan, el municipio ibicenco que más ha padecido los efectos del fuego en su patrimonio natural y paisajístico, ahora que formará parte del gobierno insular y tendrá más capacidad de impulsar una gestión forestal eficiente para que la dramática experiencia de estos días no vuelva a repetirse jamás.