Ha dicho el fiscal de menores de Baleares, Díaz Cappa, que el 90% de los menores delincuentes presentan fracaso escolar. Y según el Ministerio de Educación nuestra Comunidad presenta el mayor índice de fracaso escolar de toda España. Para desgracia de Ibiza en esto funcionan las matemáticas: «En el ámbito delictivo, en general, Baleares ocupa el quinto o sexto lugar del país, por detrás de comunidades con mucha más población como Madrid o Catalunya. Y lo mismo ocurre a nivel de menores: ocupamos el mismo puesto. Lo que hay que solucionar ya, lo primero, es el fracaso escolar. Es fundamental», dice el fiscal. Proponen soluciones supuestos expertos, como el ministro Gabilondo, que dice que el fracaso escolar es su «prioridad absoluta» y que «la educación no depende solo del ámbito escolar, sino que también se educa en la sociedad por medio de sus valores y actitudes». Gabilondo, hombre de declaradas incertezas, no nos explica por qué cree que los menores elegirán, de una sociedad que les ofrece tan abundante delincuencia, los valores positivos.

Amy Chua, una madre china profesora de derecho en Yale, se ha hecho famosa en todo el mundo por su absoluto desacuerdo en que los valores y actitudes de la sociedad eduquen a hijos. Chua prefiere ejercer de madre y educarlos ella: un provocador artículo del Wall Street Journal que glosa el libro en que compara las ideas al uso con las de sus madres-tigre generó más de 4.000 comentarios y alguna amenaza de muerte. La madre-tigre sabe que hay que trabajar, cosa que los niños no hacen por sí mismos, y qué es lo mejor para sus hijos, por lo que considera crucial hacer caso omiso de sus deseos y preferencias, lo que a su vez requiere fortaleza por parte de los padres, dado que el niño suele resistir y los comienzos siempre son difíciles y ahí suelen ceder los padres modernos. Por esto las hijas de madres-tigre no pueden tener novios en el instituto y los niños no pueden ir a dormir de acampada. Pero no se cree Chua la madre perfecta, solo asegura el éxito de un sistema que a las elevadas expectativas sobre el hijo asocie cariño, comprensión e implicación de los padres. Ni propone crear superhombres, solo exigir a los hijos que den el máximo, que suele ser más de lo que ellos mismos creen (como ejemplo pone a su hermana, con síndrome de Down).

Nada nuevo: creer que nuestros hijos pueden ser los mejores estudiantes y exigirles que lo sean, y si no lo consiguen, concluir que algo falla en la educación que les damos, dedicarles aún más tiempo y exigirles más en lugar de mandarles a hacer deporte y culpar a los maestros. Creerse responsable de la educación de sus hijos, controlarla y estar presente, y ante todo no dejar que los eduque la televisión o etéreos ´valores y actitudes de la sociedad´, que para Chua son una lotería de la que procede mucho fracaso escolar y la delincuencia consiguiente.

La ansiedad de los padres por la autoestima del niño les hace tranquilizarlos cuando obtienen resultados mediocres, mientras la madre-tigre pide fortaleza, no fragilidad, y exige mejores resultados porque cree que su hijo puede obtenerlos y si no es así presume que no trabajó suficiente y se lo echa en cara. Los hijos le deben todo a sus padres, dispuestos a cualquier sacrificio por su bien, y la madre-tigre lo demuestra a diario con horas de tutoría y enseñanza mientras pregunta y vigila a sus hijos. El contraste es total con los valores y actitudes de la sociedad en que dice confiar Gabilondo, que incluyen para empezar que, no ya un tigre, sino una madre no es imprescindible en la familia moderna.