Todos sabemos que la isla, por su abundancia de pinos, sobre todo en verano y por lo que se refiere a posibles incendios, es un auténtico polvorín. Pues bien, a pesar de ello y de lo que ya ocurrió el pasado verano en sa Punta de Xarracó y este año en Benirràs, uno acaba pensando que sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Es cierto que se ha incrementado sensiblemente la vigilancia de los bosques y que tenemos medios de extinción eficaces, pero según parece no es suficiente y, de hecho, cuando se produce un incendio de cierta entidad, tenemos enormes dificultades para frenarlo y no pocas veces nos conformamos con acotar la zona con cortafuegos y dejar que arda el área cercada con la esperanza de que el viento no nos juegue una mala pasada.

Todos sabemos que, por mucho que hagamos en materia de mentalización y prevención, siempre podrá darse un accidente fortuito, la acción de un loco o la inconsciente estupidez de quien juega con fuego sin calibrar sus consecuencias. Pero no es menos cierto que todavía hay muchas cosas que pueden hacerse. Una de ellas es mantener, de forma estricta, la limpieza de los bosques, cosa que no se hace. En cuanto a los medios de extinción, sorprende que, con los avances que hoy tenemos, no se pueda actuar con potentes focos por la noche, una deficiencia que pagamos muy cara. Deberían también controlarse las actividades supuestamente lúdicas en zonas de riesgo –playas y bosques– de determinados grupos descerebrados y, en su caso, sus peligrosas acampadas.Y es asimismo incomprensible es que nuestra accidentada orografía sirva en bandeja una excusa que se repite: «El relieve accidentado impide que los vehículos y los medios humanos atajen el fuego por tierra». Un pretexto inaceptable porque hace tiempo que se inventaron las pistas forestales. Me pregunto por qué no hacemos caminos que atraviesen estratégicamente los bosques y que, además de servir de cortafuegos y de circuitos para ciclistas, permitan que los servicios de emergencia puedan acceder a cualquier lugar. Supongo que los conservacionistas a ultranza protestarían por las cicatrices que supondría tal medida en el paisaje, pero en otro caso habrá que resignarse a que nuestra isla multiplique sus calveros de tierra quemada.