La concesión de numerosas competencias a Baleares no ha aportado mejoras a los ciudadanos, sino numerosos costes en recursos y dinero. Así dice Vicente Tur, economista de la CAEB que, en sus declaraciones a Diario de Ibiza pide un imposible: que los responsables políticos sean conscientes de este problema y busquen alternativas. Porque de lo que son responsables esos políticos es de crear el problema, de que subirnos los impuestos y gastar mucho dinero haya servido para que las administraciones se multipliquen y se hagan la guerra entre ellas y leamos titulares del tipo «Ccinco políticos por cada empleado en una inauguración», «El crecimiento de los funcionarios de las regiones triplica al de la población», o «Formentera ha aumentado su gasto de personal en casi un 500% en diez años», junto a otros como «Educación y Vila siguen sin solucionar las grietas de Can Misses», «Balears tendrá el presupuesto sanitario más bajo de España» y «Suspenso ciudadano a las instituciones», testigos de que el crecimiento sin mesura de las burocracias las lleva a servirse a sí mismas, a ignorar a quien las mantiene y a competir entre ellas irresponsablemente. Lo que nos prometían iba a ser un acercamiento de la administración al ciudadano lo han convertido en un cerco al ciudadano por una burocracia paralizante, coercitiva, onerosa y cada día más irritante. Las autonomías, balear e ibicenca incluidas, las convierten en agencias de colocación en las que los mandamases de turno instalan a su clientela. Nada más elocuente que el titular que daba fe de que el número de funcionarios de la conselleria de Agricultura balear supera al de payeses en activo. Una vez dentro, para justificar sus salarios multiplican las normativas, que deben cumplir, naturalmente, los ciudadanos de a pie, de los que cada día quedan menos y rellenan más impresos para lo mismo: asegura el señor Tur que los trámites se han multiplicado por cuatro y eso es un desatino para la economía que quiera salir adelante. Pero si Tur diagnostica el problema en políticos que se sirven a sí mismos, proliferación de burocracias y sindicatos entorpercedores de la marcha de la economía, no deja de hacer su concesión a la corrección política cuando decide salvar en parte el desmadre burocrático que denuncia por la necesidad de atender a la custodia de nuestra identidad. No se para Tur a definir esa identidad, que se supone consiste en las normativas y leyes con que los mismos políticos han sustituido el español por el catalán en la escuela y la administración y algunas otras manifestaciones de carácter más folclórico sin faltar rasgos de pueblerinismo. Pero la influencia real sobre la sociedad del activismo de los políticos en la pretendida identidad balear, con cierto rechazo siempre a considerar una identidad propiamente ibicenca, sólo la podrán calibrar las generaciones venideras. Un historiador en el futuro verá rasgos identitarios de nuestra sociedad en cambios tan visibles ya como la descristianización, la inversión de la pirámide de la población por envejecimiento potenciado por la anticoncepción generalizada y el aborto, un enriquecimiento material sin precedentes, la promiscuidad, la motorización, la sustitución de la moral judeocristiana y la ley natural por el derecho positivo, la codicia general, el despilfarro de los recursos naturales, los escándalos de corrupción política y económica, o la inmigración y mezcla con pueblos antes exóticos. Pero esas y otras realidades identifican a toda la sociedad española, no son exclusiva de la balear, y menos aún justifican el gasto de las autonomías.