Por el paso de Tizi n´Tichka, a 2.260 metros en el Atlas marroquí, se llega a Télouet, el poblado que controlaba el paso de caravanas entre el Sáhara y el norte del país, que dejó al pachá de Marrakech, el Glaoui, rentas que le permitieron construir un ostentoso palacio en el lugar. En Télouet aún se ven los restos ruinosos del palacio del Glaoui: magníficas puertas labradas de cedro con pesados cerrojos de plata, dan paso a lo que fueron lujosos salones de recepción adornados de mosaicos y estucos. Cuando pocos en Marruecos contaban con fluido eléctrico el palacio del pachá estaba iluminado gracias a multitud de acumuladores que siguen allí amontonados, testigos de un poderío que se permitió los mayores refinamientos. El Glaoui cayó en desgracia a la llegada de la monarquía con la independencia de Marruecos y su palacio, «el signo visible de una ambición suprema», fue condenado al abandono. Se dispuso que el palacio quedara a su suerte, deshabitado y vigilado para que nadie osara su mantenimiento. Aún hoy un guardián permanece de vigía en la puerta principal. El tiempo, ayudado por el clima del Atlas, ha conseguido que el castigo al pachá no se olvide. Los tesoros que acumuló los deshace la naturaleza, como símbolo de lo que espera a quien se opone a la monarquía alauita. Ni siquiera se incluye Télouet en las habituales rutas turísticas, y sólo interesados en la historia se acercan a contemplar ese testigo degradado de luchas de poder que deja en el viajero la impresión de la incapacidad de las sociedades para hacer un uso racional y humano de sus riquezas. Sale de aquellas ruinas un aroma de castigos arcaicos y la tentación de pensar que nuestra cultura europea tiene superados estos absurdos.

En Ibiza condenan por ilegal la palaciega casa de Cretu a la piqueta. Las voces que pedían el aprovechamiento del edificio para fines sociales han sido en vano. Refugio de mujeres maltratadas, ancianato, hogar de jóvenes en tratamiento de drogodependencia, no parece que los poderes públicos consideraran nunca ese fin para una construcción que se convirtió en símbolo de la lucha ecologista contra el incumplimiento de las leyes de urbanismo y protección del paisaje. Cualquier jardinero sabe que la naturaleza siempre nos gana, que los pinos que dan nombre a las islas habrían hecho su trabajo lento y seguro, pero la piqueta tampoco dejará que unas ruinas invadidas por el bosque sean, como el palacio del pachá, ejemplo para infractores. Sólo la batalla legal, con el Ayuntamiento, o sea, los vecinos de san Antonio, como posible víctima económica final del desaguisado, podrán mantener viva la memoria que haga recapacitar a los imitadores de Cretu. Aunque los precedentes abundan y Cretu no deja de ser él mismo un imitador. La isla del pasotismo ha recibido una señal de alto y marcha atrás en un terreno de abuso, el de la construcción contra las normativas. Hay abusos de normativas que fastidian mucho más, y a muchos más ciudadanos, que fastidiaba la casa de Cretu. Los inaguantables ruidos nocturnos del verano de bares, fiestas ilegales y discotecas incumplidoras de horarios, aforos y decibelios, por ejemplo. Pero ninguna autoridad ha hecho cumplir la ley en esto y el movimiento ecologista no es tan sensible al insomnio de los vecinos como al cemento. Entre infracciones de la ley, ecologismo y política, lo que acabe condenado al ostracismo bien podrían ser nuestros impuestos y nuestro sueño.