Opinión
Problemas de conciencia (Isaías LAFUENTE)
El asesinato de cuatro mujeres el pasado martes convirtió la jornada en la más negra de la historia de la violencia de género desde que existen estadísticas en nuestro país. Sin embargo, abducidos como andamos por la campaña electoral, la noticia sólo encontró acomodo en las esquinas de las portadas de los principales periódicos, abriéndose paso con dificultad entre los enésimos ecos del debate entre Rajoy y Zapatero.
La cruda realidad sacó a los partidos del ensimismamiento que les había llevado a no dedicar ni un solo mitin, ni una sola respuesta, ni un minuto de sus debates a esta lacra machista. Repasaron las propuestas de sus programas, improvisaron medidas y, entonces sí, los diarios se rindieron a la evidencia y abrieron sus ediciones al día siguiente con las propuestas políticas.
Si el problema de la violencia de género echa sus raíces en la agresividad del asesino y en la narcosis individual y colectiva ante el fenómeno, parece claro que seguimos teniendo dos vigorosos problemas. Que la lista de mujeres asesinadas no mengüe, a pesar de la Ley Integral y de la multiplicación de medios para combatir la violencia, pone en evidencia que o la ley no es suficiente, o tiene defectos de aplicación.
Que el 70% de las mujeres asesinadas nunca hubiera denunciado a su agresor significa que o no adquirieron a tiempo conciencia sobre el problema, o lo ocultaron por miedo, desconfianza o desconocimiento de los instrumentos que la sociedad les ofrece para preservar su vida. Pero el hecho de que en tiempo electoral los partidos orillen de su discurso una realidad tan sangrante y los medios se muestren incapaces de valorar debidamente una información tan evidente, significa que las raíces del problema son profundas.
La violencia contra las mujeres es hoy más letal que el terrorismo de ETA. El rostro de sus ejecutores es aún más difuso que el de los asesinos de Al Qaeda. Y el reguero de víctimas que deja multiplica por cientos el número recogido en la nómina de mujeres asesinadas. Ni es un problema de hoy ni, por desgracia, se resolverá mañana. Pero si en el proceso vamos perdiendo el sentido de la percepción, estaremos contribuyendo indirectamente a su perpetuación.
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