Opinión
Qué buen menú (José Manuel PIÑA)
Prometo votar el próximo 9 de marzo con todas mis fuerzas, que no dan para mucho, pero a base de granitos de arena llega a formarse una playa. Jose, David y Ainhoa, mis últimos, esforzados y desesperados monitores en mi época Bulldog, pueden dar fe de mi inutilidad en ese campo. Votaré también con la cabeza y el corazón, aunque no puedo garantizar el buen estado de ninguno de esos espacios, muy averiados ya tras una larga vida de frustrantes incompetencias, aparatosos tropezones y flagrantes pasos en falso. Lo que no puedo asegurar es que votaré con grandeza, cualidad que reconozco en muy pocas personas, incluida la mía. O sea, que sí, que votaré, al Congreso y al Senado, pese a mis recientes y crecientes reticencias y objeciones, que sí será el Senado Cámara Alta, pero no Grande, a pesar de sus dimensiones, con ese humillante papel subsidiario respecto del Congreso de los Diputados, de mayor empaque legislativo y operativo. Claro que Grande de España es la Duquesa de Alba, un ejemplo no muy convincente para desear alcanzar esa condición. Es como ser un vino de gran reserva, del que se guarda para una gran ocasión que nunca llega y, cuando llega, el vino ya está rancio, acorchado. Lo que no tengo claro aún es si emitir el voto llamado útil equivale a ser un tonto útil. Entre tonto y Grande, prefiero ser un vino, aunque caducado. Siempre quedará mejor en las tarjetas de visita José Manuel Piña, Grande, que el mismo nombre con un Tonto Útil como subtítulo. Total, para las tarjetas de visita no te piden el certificado de nada y puedes fantasear lo que quieras para disfrazar de currículum tu ridículum.
De José Manuel Bar me gusta especialmente el tocayo nombre, pero sobre todo, su apellido. Qué grandes historias nos perdemos cada día porque los bares no hablan. Son discretos cómplices de nuestros secretos privados o compartidos. Los pactos más sólidos, las alianzas más firmes, las amistades más irrompibles, las lealtades más inquebrantables se gestan en un bar. Jamás con una distanciadora y apabullante mesa de despacho por medio o ante una junta evaluadora. Enrique Fajarnés, por su parte, siguendo con los candidatos y los símiles de la hostelería, es al mundo de la política como la soda o el sifón. Queda bien con lo que le eches, sin desentonar jamás porque nadie se entera nunca a qué sabe o lo que sabe. Es el político mejor public relations que han tenido jamás las Pitiüses. A Pere Torres me cuesta definirlo porque ha aterrizado muy por sorpresa en la pista política, pero le compararía con un café con leche en un bar de confianza o uno de esos potajes caseros que guisan las mamás para retrasar la emancipación del hijo adolescente. Pero me gusta su slogan `Millor amb Casetes´. Si regala una casa tipo Trujillo -caseta-, no le faltarán votos. Carraca es la torrada al aire libre en un día soleado de invierno, la paella de los domingos en el campo. Cati Torres, finalmente, es el sofrit pagès en familia el día de Navidad. La carta es larga. En algunos casos incluso, aventurada, con un equívoco sabor a ensaimada o a cocidito madrileño que confunde al elector. ¿Dónde está la grandeza en un plato de sopas mallorquinas?
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