Opinión

Sigo rascándome la panza (Xicu LLUY)

Esta misma tarde, hace seis horas exactas, me bañaba en las nítidas aguas de una playa, naturalmente idílica, del norte de Colón, isla perteneciente al archipiélago panameño de Bocas del Toro. Una maravilla del Caribe explotada todavía con inteligencia y visión de futuro. Luego, como es bien sabido, las cosas acostumbran a torcerse. Me rascaba yo la panza bajo un bello sol en declive mientras imaginaba a mis paisanos tiritando de frío, refunfuñando a espaldas de los jefes y aborreciendo la subida de algún producto de primera necesidad. Los inicios de año siempre originan desagradables sorpresas económicas, bromitas de muy mal gusto. Que se lo digan a Zapatero, golpeado por las crueles estadísticas del paro. A la derecha le sonríe la fortuna cuando se trata de números. No me reía de nadie, sólo evocaba escenas cotidianas de un pasado aún bastante próximo. Incluso me permití la osadía de nadar tranquilo, despreocupado y feliz, sin temor. Nada a mi alrededor me perturbaba, ni siquiera la contaminación acústica a la que estoy tan habituado. Ya casi se me había olvidado bracear. Las medusas y otras alimañas acabarán, tarde o temprano, con la Eivissa de los encantamientos a orillas del mar. Picaduras y escozores agotarán la paciencia de nuestros turistas de bermudas y chanclas.

Gracias al poderoso euro me pego la gran vidorra a expensas de los pobres, y cada vez más desesperados, hermanos de América Latina, el patio trasero de Estados Unidos y el cuarto de invitados donde se forran banqueros y empresarios del Viejo (chocho) Continente. No va a cargar Bush con todas las culpas. Me salen baratos largos tramos de recorrido de autobuses que respetan la capacidad máxima fijada por las leyes y el sentido común. De camino hacia aquel paraíso recordaba los hacinamientos del transporte llamado público entre Vila y ses Salines, por citar un ejemplo de clamorosa indecencia y abuso escandaloso de los usuarios. Me diréis que eso sólo sucede durante los meses de verano. Yo, espabilado y oportunista, prefiero broncearme en febrero lejos del mundanal ruido, ajeno a nuestras aglomeraciones sobrehumanas. Listo que es uno.

Regresando al sublime relax del arenal de Boca del Drago, rememoraba los tiempos gloriosos del palanquer. ¿Quién se ligaba a quién? En Cahuita, destino emergente de Costa Rica, asistí a un didáctico espectáculo. Orondas señoras de edad indeterminada metían mano a jóvenes, apuestos y delgados negros. Tanto amor me eriza la piel. Cuarenta años atrás seducíamos a escandinavas, alemanas y británicas con arrumacos y palabras románticas susurradas al oído. Ahora, los pitiusos, los españoles y los restantes miembros de la Unión Europea, solteros, divorciados, separados, casados y novios, viajan a Cuba, Brasil y República Dominicana en busca de sus medias naranjas mulatas (o mulatos).

Escasos vehículos circulan por Bocas del Toro, así que apenas se registran accidentes, ni leves ni graves. La teoría del PP, defensor acérrimo de las inaceptables megacarreteras, queda desmontada en un periquete. Evitaríamos muertes disminuyendo de forma drástica el actual parque automovilístico, enorme, exagerado. Bestial. Menos coches (utilitarios y de alquiler), menos cadáveres. Menos asfalto y menos cemento (horizontal y vertical) equivalen a igual o mayor bienestar, el de hoy y también el de mañana. Menos codicia, más cultura.

Hablando de obras faraónicas, la propuesta de las autoridades locales de facilitar la construcción de edificios de diez plantas ha caldeado el ya de por sí tórrido ambiente. Muchos isleños, blancos, negros e indígenas, se oponen con dientes y uñas a semejante estupidez. En cambio, los millonarios aplauden la bárbara medida. Seguiremos rascándonos el ombligo, pero no bajaremos la guardia. El espíritu de Ca na Palleva -hay elecciones a la vista- nunca se difumina, ni en el edén tropical ni en las cercanías de Sant Jordi.

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