Opinión

Zapatero y el nuncio (Antonio CASADO)

El «caldito» del presidente en la Nunciatura duró tres horas y, según Rodríguez Zapatero, sirvió para hablar de «lo divino y lo humano». Esa es la cuestión: hablar de lo uno y lo otro, en el uso de la libertad de expresión, el primer mandamiento laico cuyos beneficios alcanzan tanto a los gestores de lo humano como a los de lo divino.

Pero el derecho a expresarse libremente no incluye el derecho de injerencia respectiva en el ámbito de competencias propio de lo divino y, en su caso, en el de lo humano. Y ese es el antecedente de la bronca que dio lugar a la llamada diplomacia del «caldito». Me refiero al comunicado de la comisión permanente del Episcopado de finales de enero, cuando los obispos españoles hicieron público su famoso decálogo de `noes´ a otras tantas decisiones civiles adoptadas por el Gobierno de la nación por mandato de la soberana voluntad de los españoles, que le eligieron en las urnas para tal fin.

Al final ha habido deshielo entre el presidente del Gobierno y el representante diplomático del Vaticano en Madrid, monseñor Monteiro. No significa que lo haya también con los obispos, pero algo ha de ayudar porque alguna influencia debe tener la Santa Sede sobre la actuación del episcopado español en la esfera pública. De manera que hemos confirmado el deseo del Gobierno de tener la fiesta en paz con los obispos, a los que, una vez más, Zapatero ofrece diálogo y reclama respeto.

A monseñor Monteiro, aunque habla en nombre de Dios, no le habrá costado mucho entender eso en su cena del jueves con el presidente del Gobierno, que habla en nombre de los ciudadanos y no «en el nombre de la Santísima Trinidad», como rezaba la invocación inicial del Concordato de 1953. Renovado en 1979 por el Gobierno centrista de Suárez, con ciertas modificaciones para dejar atrás la sordidez del nacional-catolicismo franquista, y nunca puesto en cuestión por los socialistas. Ni por Felipe González, antes, ni por Zapatero, ahora.

Aquella admonición del número dos del PSOE, José Blanco, al decir que «nada será igual después del 9M» fue el producto de un calentón. De la chimenea de la Nunciatura salió fumata blanca el jueves por la noche. No se le pasa por la cabeza al presidente revisar el sistema de financiación de la Iglesia. Entre otras cosas porque acaba de nacer, con ese aumento de la asignación voluntaria de los ciudadanos en el IRPF del 0,5% al 0,7%. Y porque está blindado. O sea, para revisarlo ahora tendría que denunciar en bloque los Acuerdos de 1979 entre el Estado Vaticano y el Reino de España. Y eso requiere el apoyo de tres quintos del Congreso. Demasiado complicado como para romper la baraja a estas alturas.

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