Opinión

Una cuestión de narices (José Manuel PIÑA)

A Juanan Marí, miembro del equipo técnico-informático de Diario de Ibiza, se le ocurre bromear y rocía el departamento de redacción con unas nubes del perfume de mandarina con que el Ayuntamiento de Sant Josep obsequiaba a los visitantes a su puesto en la feria turística madrileña Fitur. Todos, incluso los no fumadores, bendita tribu de redentores, bajamos a fumar un pitillo al jardincillo que con mimo oriental cuida el casi alquimista Ramón, nuestro Merlín que da soluciones a todos los problemas. El acre y penetrante humillo del Ducados resulta mucho menos tóxico que el preparado químico-frutal simpático con el que Sant Josep pretendía atraer visitantes y que, supongo, jamás firmaría Cocó Número Cinco, auténtico nombre de aquella revolucionaria de la moda que fue la Channel. Claro que resulta mucho más difícil sintetizar la fragancia de Eivissa en un solo aroma que descubrir a qué huelen las nubes, problema que tiene a los publicitarios en plena congestión cerebral. ¿A qué huele Eivissa, en realidad? Hay aromas muy diversos dependiendo del lugar hacia el que dirijas tus pituitarias. Hay olores para todos los gustos. Y para muchos disgustos.

Tenemos, sobre todo, uno casi tan imperecedero como el mítico 5, aunque dudo mucho que Marilyn Monroe lo hubiese utilizado como único atuendo para irse a la cama. Depuradora. Hay una zona de la isla, desde el Club Náutico de Vila hasta casi ca na Negreta, que asociamos olfativamente con la peste que despide esa instalación que ya nació decrépita y putrefacta y se decrepe y se putrefa cada día un poco más desde entonces sin que nadie tire de la cadena. Puedes pasar por allí con los ojos cerrados, sin saber por dónde vas, y descubrirlo utilizando sólo el picaporte facial, fabuloso hallazgo verbal del genial Forges para definir la napia. Ya tenemos localizado un punto importante de nuestro mapa olfativo y un ingrediente fácil de encontrar para elaborar `L´Eau d´Eivissa´. Igual de fácil que el olor a excremento de perro, imprescindible para tan delicada empresa. Te atiza ese perfume tal sacudida en los orificios nasales que el impacto se nota hasta en la vértebra sacra, la menos sacra de las vértebras y una de las más divertidas. Patearse el mapa callejero de los núcleos urbanos ibicencos es una apuesta casi infalible para arruinar tu puesta en escena formal si no andas con los ojos muy abiertos y las narices muy cerradas.

La borrachera adolescente de los fines de semana y sus consecuencias renales y hepáticas permiten también situarse en el mapa con mayor claridad que si fuésemos en una visita guiada por la Eivissa nocturna. Hay un porrón y un botellón de circuitos etílicos que dejan indeleble huella en la memoria visual y olfativa. Es como la magdalena de Proust en versión cochina. Y el ruido, ¿a qué huele el ruido, además de a gasolina quemada y CO2? El ruido estruendoso y ensordecedor que soportan los vecinos de los núcleos de los que se ha apoderado la fiesta y los caminos que conducen a ella completan un must que no acaba de parecerse a la mandarina. O sí, según la interpretación que de ella hacen los perfumistas de Sant Josep. Diavolo!

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