Antoni Costa incide en el núcleo de la cuestión cuando aduce que «utilizo para mis desplazamientos un coche de empresa» y que «en taxi saldría notablemente más caro». No contempla la alternativa del tren, autobús, metro, etc., los medios de transporte público en los que se mueve el común de los mortales sin que se les caigan los anillos. A algunas personas nos encanta toparnos en la cola del autobús o en el tren con un cargo público, porque ese encuentro nos hace ver que aquel personaje que elegimos en las votaciones no se ha endiosado y se sigue comportando como un ciudadano cualquiera, sin cambiar sus costumbres cuando tiene nuestra confianza para gobernarnos por un tiempo limitado. Bien es verdad que para el cargo en la empresa pública que ocupa no hemos votado al señor Costa, que ha salido elegido por el procedimiento digital, aunque él prefiere soslayarlo en su atenta carta. Pero Antoni Costa no deja de hacer una valiosa aportación al tema de mi artículo cuando al definir el coche que usa nos descubre que no sólo hay coche privado y coche oficial, sino un tercer capítulo al que yo no hice referencia: el coche de empresa pública a disposición de cargos como el que él ostenta. Doy las gracias al señor Costa por esa aportación, e incluyo inmediatamente a esos coches, ni privados ni oficiales, llamémosle oficiosos, en la lista de coches inútiles para el contribuyente por su ineficiencia. Los cargos de empresas públicas, especialmente por estar nombrados `a dedo´, deberían en mi opinión dar ejemplo haciendo uso de su automóvil particular o de los medios públicos de transporte, sin que se me ocurra ninguna razón para justificar el privilegio. Recuerde Antoni Costa que la mujer del César no sólo debe ser honrada sino aparentarlo. Como asunto colateral, no creo que Antoni Costa deba interpretar como «acritud» lo que es una crítica a la actuación de los cargos públicos, imprescindible en una democracia. Lo prescindible son todos esos coches.