Alberto Juantorena llegaría al atletismo tarde, muy tarde. Soñando desde adolescente con ser una estrella del baloncesto, con 20 años se daría de bruces con la realidad cuando sus propios entrenadores le instaron a dejar la canasta. Ni tenía condiciones, ni calidad técnica. Eso sí, pese a sus 1,92 metros, cuando había que correr, nadie lo hacía tan rápido como él.

Un buen día, el destino quiso que Zygmunt Zabierzowski, un entrenador polaco que había descubierto a exitosos velocistas en su país y que ahora trabajaba como formador en La Habana, captara su atención sobre aquel espigado chaval de largas piernas y zancadas. Le convenció para hacer una prueba de 500 metros y, calzado con bambas de baloncesto, Juantorena hizo un ‘tiempazo’. Zabierzowski enseguida supo que ante sí tenía a un diamante en bruto y no dudó en decirle: “Muchacho, tú tienes talento”.

'Nace' un atleta

No se equivocaría. Apenas un año después, Alberto Juantorena estaba en los Juegos de Múnich 1972 representando a Cuba. Su paso sería fugaz, siendo eliminado en las semifinales de los 400 metros, la única carrera en la que compitió. Pero lo mejor estaría por llegar. Su progresión sobre el tartán sería imparable y, en Montreal 1976, fue protagonista de una hazaña que ningún atleta había logrado nunca y que sigue vigente hoy día: conquistar en unos mismos Juegos el oro en los 400 y en los 800 metros, una carrera esta última que pasaría al recuerdo del olimpismo por haberse disputado como si fuera una prueba de velocidad y no de fondo.

Ambas distancias están consideradas incompatibles para los atletas por requerir un físico, una estrategia y una preparación muy diferenciadas. Pero Juantorena lo hizo posible. Sus 2 metros y 74 centímetros de zancada, su elegante forma de correr y, cómo no, sus largas y peculiares patillas cautivaron al mundo en la cita canadiense. Tras aquella proeza, se presentó en sus terceros Juegos, los de Moscú 1980, castigado por el exceso de competiciones y un calvario de operaciones en el tendón de Aquiles. Aun así, con ‘hierros’ en sus maltrechos tobillos, la medalla se le escapó en la final de los 400 metros, donde acabó cuarto. Incombustible, el velocista cubano seguiría luchando sobre la pista y, con 33 años y todavía en una fantástica forma, quiso poner broche de oro a su carrera en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984. Pero su país, Cuba, se lo impediría al unirse al boicot de la URSS. Alberto Juantorena, un defensor a ultranza del régimen comunista de Fidel Castro, acataría con disciplina la decisión y, poco después, pondría punto final a su carrera.