Un aislado rincón marinero, de dimensiones casi familiares y sin más rastro humano que los típicos chamizos donde esperan pacientes los llaüts.

Las aguas que bañan esta cala, castigada por el incendio que arrasó Sant Joan el pasado mes de mayo, mantienen una pureza admirable y durante los meses de verano se encuentran sosegadas como si de una piscina natural se tratase.

La playa permanece oculta a los pies del Puig de sa Fita y al abrigo y protección que brinda la Punta Nin del Corbo.

Está formada por gravas y cantos de color tostado. Sus dimensiones a penas superan los 20 metros de longitud, aunque su anchura rebasa los 30 metros.

Sus fondos son rocosas en las zonas más proximas a la orilla y se van colonizando por vegetación submarina medida que nos distanciamos.

Su elevada pendiente supera los 200 centímetros de profundidad menos de 25 metros de la orilla.

La cristalinidad de estas aguas es de sobra conocida entre los submarinistas ibicencos.

Sus vientos predominantes durante los mese estivales son flojos y de tierra a mar, aunque cuando estos se invierten aumentan fuertemente el oleaje.

El camino hacia el Port de ses Caletes es bastante desolador tras el incendio sufrido esta primavera. Hay que partir desde Sant Joan dirección a la Cala de Sant Vicent de sa Cala.

No existe ningún tipo de servicio, por lo que es recomendable levar suficiente agua.