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'Alcarràs', de Carla Simón: el perfume sereno de una obra maestra

El filme de la directora catalana habla del pasado, pero sin romantizarlo, y de cómo el futuro queda en suspenso lleno de incógnitas. Habla de la lucha diaria, de los pesares y de las pequeñas alegrías. Habla de todo

Ainet Jounou, como Iris, en un fotograma de 'Alcarràs', de Carla Simón.

'Alcarràs'

Dirección: Carla Simón

Intérpretes: Jordi Pujol Dolcet, Anna Otín, Xenia Roset, Albert Bosch, Agnet Jounou, Josep Abad, Montse Oró, Carles Cabós, Berta Pipó

Año: 2022

Estreno: 29 de abril de 2022

★★★★★ 

Atrapar el momento, atrapar la emoción, alcanzar la armonía. Y, de paso, la plenitud cinematográfica. Así es 'Alcarràs', una obra realmente portentosa en la que Carla Simón da un paso más allá a la hora de configurar un imaginario propio que parte de lo íntimo para alcanzar un sentimiento universal.

Si en 'Verano 1993' hablaba de la muerte, de la infancia y del sentimiento de orfandad de una forma muy íntima y desde un solo punto de vista, el de una niña tras el fallecimiento de sus progenitores, en 'Alcarràs' todo el dispositivo se articula a partir del arraigo a un lugar, a una tierra, a una forma de vida que llega a su fin, y lo hace partiendo de la coralidad a través del crisol de relaciones que se establecen entre los miembros de una familia que se enfrenta a la pérdida, al desarraigo y al zarandeo involuntario de su propia identidad, de sus raíces y de su herencia, cuando después de toda una vida, tienen que abandonar la tierra que han cultivado para que sus legítimos propietarios, la exploten a través de las placas solares. 

Cada uno de ellos gestionará ese desconcierto y vacío de diferentes maneras, mientras la cámara de Carla los sigue durante ese espacio de tiempo que los lleva desde la rabia a la aceptación. Lo hace a través de un complejo sistema de relevos, a través de coreografías internas de una enorme delicadeza expresiva, destiladas hasta la máxima esencia, que nos conducen de unos a otros sin apenas darnos cuenta, casi como si se tratara de una danza mágica entre las distintas generaciones. 

El paisaje rural se convierte en un elemento fundamental y se filtra por todos los poros de la película. Los espacios abiertos, el sol del verano, el perfume de la cosecha, las hileras de melocotoneros, el calor del mediodía, el sonido del campo. La luz natural lo inunda todo porque en 'Alcarràs' no hay artificios, no hay imposturas, solo néctar, esencia, alma. Pero Simón no mira hacia fuera, sino hacia adentro. No hay ensimismamiento en la belleza del entorno, sino que todo se centra en los conflictos de los personajes, en una épica cotidiana que casi se puede palpar y, sobre todo, sentir. 

A ras de suelo

La directora se inscribe así dentro de una nómina de directores que han sido capaces de capturar el tiempo y el espacio, el devenir de la vida de una manera transparente. En ese sentido resulta fundamental la referencia al Neorrealismo italiano por su capacidad de integrar verdad y emoción humana y de utilizar seres de carne y hueso que rezuman calidez y naturalidad. Porque a Carla Simón no le interesa estar por encima de su historia como creadora, sino situarse a ras de suelo para captar cada pequeño detalle de cada uno de esos personajes que adquieren entidad propia con apenas unas pinceladas. 

Es 'Alcarràs' un auténtico monumento, una cima de nuestro cine que aúna riesgo, ambición artística y al mismo tiempo una enorme humildad. Habla del pasado, pero sin romantizarlo, y de cómo el futuro queda en suspenso lleno de incógnitas. Habla de la lucha diaria, de los pesares y de las pequeñas alegrías. Habla de todo. 

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